Hay una luz muy fuerte impactando de lleno en mi rostro. No veo
absolutamente nada pero me niego a cerrar los ojos. Se siente bien,
cálida. Hay una mujer de cabello canoso, pero en su rostro se ve
juventud y templanza. Me acerco a ella dando tumbos ya que mis piernas
no responden correctamente por alguna extraña razón, y cuando ya estoy a
metros... caigo. Desde el suelo la observo. Me extiende una mano y yo
lo hago con la mía, pero se aleja a toda velocidad como si algo la
absorbiera cambiando su expresión a una de desesperación, todo al
rededor da vueltas y el piso se hace aire, empezando a caer en la nada;
despierto en mi cama con el cuerpo entumecido por el frío de invierno.
Ese sueño fue muy real pero no le doy demasiada importancia. Todavía es
de noche, me levanto torpemente con los ojos entrecerrados para cerrar
la ventana que parece haberse abierto por el viento, y me dejo caer en
la cama, pensativo. Claramente no voy a poder volver a dormir, así que
voy al baño y me higienizo. Me quedo mirándome en el espejo unos momentos,
tengo mis pelos despeinados por la almohada, los ojos grises
entrecerrados, y mi mechón blanco -desubicado de nacimiento- termina en
un rulo peculiar. Me mojo el pelo y lo vuelvo a despeinar. - ¿como es su
nombre? -empiezo a hablarle al espejo- - Benjamín, Benjamín Themiforzs,
señor. - ¿Benjamín, ah? -. Me siento un poco estúpido hablando solo y
simulando a uno de los guerreros Hércules preguntando mi nombre. Llegan
al amanecer, y tengo que estar preparado aunque podría haber dormido un
poco más. Mi madre y mi hermana todavía duermen, aunque no estoy del
todo seguro, ayer estaban muy preocupadas por la visita de los ''chicos
rudos'' como los llama mi abuela; justo ahí resuenan las palabras que me
dijo hace una semana antes de irse como sanadora a un pueblo del sur, Barkeing, cerca del acantilado de los caídos.
- Lindo nombre - digo al aire, y recito sus dichos en mi mente: ''Trata
de no destacar, te necesitan en tu hogar, son tiempos difíciles para
convertirte en uno de ellos, Ben''. Es muy sabia, así que voy a tenerlo
en cuenta, por lo menos hoy. Toda su vida se dedico a la magia blanca,
es una de las mejores sanadoras de la región sur, y a pesar de su edad
aparenta mucho menos. En nuestro casa, construida en uno de los árboles
más bonitos del bosque, ella vive en el primer piso, mientras que mi
hermana y mi madre yacen en el segundo, y yo -aunque en un lugar más
pequeño- en el tercero y ultimo, muy cerca de la copa. Me acerco a la
ventana y me apoyo en la madera; el paisaje no podría ser más hermoso,
arboles por todas partes, montañas a lo lejos, y las luces de las casas
-como luciérnagas- por la oscuridad del bosque. Las copas se mueven por
el viento, me quedo mirando un punto fijo, hipnotizado, y me voy a
preparar. No estoy seguro de como vestirme, supongo que tengo que dar
una buena primera impresión, quede o no, más allá de los dichos de mi
abuela. ¿Cómodo, o elegante? Me golpeo débilmente la cabeza cuando me
corrijo: ¿Quieres vestir elegante para guerreros que te ponen a prueba?,
el sentido común no es algo en lo que destaco. Una camisa oscura, la
única prenda que tengo en mi habitación que era de mi padre, es suelta y
cómoda, perfecta. Me doy un baño de agua caliente, prendiendo llamas
débiles con un hechizo tan sencillo que hasta un niño pequeño podría
hacerlo. Trato de bloquear el recuerdo que viene a mi mente, a unas
cuantas copas al sur, un niño curioso prendió fuego su casa con uno de
éstos. ''La magia no es un arte para mentes débiles'' decía mi padre. Ya
estoy casi listo, me calzo y me doy cuenta que es muy temprano aún. Me
recuesto con los pelos húmedos en mi cama y creo una chispa de luz
mágica con la mano derecha, no ilumina más que la luz que daría la llama
de una vela aunque es brillante, y la hago bailar de ahí hacia allá por
la oscuridad dibujando figuras hasta que me duermo.
- ¡Benjamin!
Nos hemos quedado dormidos, hora de irte, o vas a llegar tarde. ¿Ya te
haz cambiado? Oh... no he dicho nada. Te acompañaré hasta... - No, mamá,
en serio, puedo hacerlo solo, no te tomes esa molestia. - De acuerdo
Ben, solo ten cuidado ¿si? y recuerda las palabras de... - Tu abuela, si
madre, las recuerdo... ¿y lo que yo quiero? (Debo admitir que suena
insolente, pero jamás lo soy con mi madre, ella intenta soltar unas
palabras de empatía). - Bien, amor, solo se tu mismo y que los dioses te
guíen a buen puerto. Ahora ve, vamos.
Me mojo la cara y
salto por la ventana bajando deprisa con la cuerda de siempre: ''¡Ben,
vamos, puedes lastimarte, usa las escal...'', escaleras, usa las
escaleras, suena loco pero hasta pude notar un poco de diversión en sus
gritos. Cuando toco el suelo siento una energía a la que no estoy
acostumbrado, y corro en dirección a la plaza central ubicada justo a
mitad del bosque. Me subo a mi bicicleta escondida en un arbusto y
pedaleo como un caballo salvaje. El viento golpea mi rostro y se siente
tan frío como meterse en agua helada, de cualquier forma no me importa.
El sol ya salió cuando llego y veo como están unos cien jóvenes de mi
edad en fila, casi completando la circunferencia donde está el dibujo
del Árbol de la vida pintado en piedras en el suelo. Dejo la
bicicleta en otro arbusto y corro hasta un extremo, al lado de un chico
de rizos dorados el cual parece muy nervioso. Sus nervios tendrían que
contagiarme pero me dan una extraña seguridad. -¿Donde están los
Hércules? - le pregunto aunque jamás lo había visto en mi vida, y eso
que en el bosque solemos conocernos entre todos. - No lo sé, ya tendrían
que estar aquí. Solo espero que sea rápido... e... indoloro. -. Nos
reímos y sus nervios se apagan un poco. Cuando estoy a punto de
preguntarle como hace para ir por la vida con esa horrible cabellera
escucho una voz tan potente que me hiela la sangre, y me pongo rígido
mirando al centro.
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