sábado, 20 de septiembre de 2014

BENJAMIN THEMIFORZS: Capítulo uno, El bosque índigo

Hay una luz muy fuerte impactando de lleno en mi rostro. No veo absolutamente nada pero me niego a cerrar los ojos. Se siente bien, cálida. Hay una mujer de cabello canoso, pero en su rostro se ve juventud y templanza. Me acerco a ella dando tumbos ya que mis piernas no responden correctamente por alguna extraña razón, y cuando ya estoy a metros... caigo. Desde el suelo la observo. Me extiende una mano y yo lo hago con la mía, pero se aleja a toda velocidad como si algo la absorbiera cambiando su expresión a una de desesperación, todo al rededor da vueltas y el piso se hace aire, empezando a caer en la nada; despierto en mi cama con el cuerpo entumecido por el frío de invierno. Ese sueño fue muy real pero no le doy demasiada importancia. Todavía es de noche, me levanto torpemente con los ojos entrecerrados para cerrar la ventana que parece haberse abierto por el viento, y me dejo caer en la cama, pensativo. Claramente no voy a poder volver a dormir, así que voy al baño y me higienizo. Me quedo mirándome en el espejo unos momentos, tengo mis pelos despeinados por la almohada, los ojos grises entrecerrados, y mi mechón blanco -desubicado de nacimiento- termina en un rulo peculiar. Me mojo el pelo y lo vuelvo a despeinar. - ¿como es su nombre? -empiezo a hablarle al espejo- - Benjamín, Benjamín Themiforzs, señor. - ¿Benjamín, ah? -. Me siento un poco estúpido hablando solo y simulando a uno de los guerreros Hércules preguntando mi nombre. Llegan al amanecer, y tengo que estar preparado aunque podría haber dormido un poco más. Mi madre y mi hermana todavía duermen, aunque no estoy del todo seguro, ayer estaban muy preocupadas por la visita de los ''chicos rudos'' como los llama mi abuela; justo ahí resuenan las palabras que me dijo hace una semana antes de irse como sanadora a un pueblo del sur, Barkeing, cerca del acantilado de los caídos. - Lindo nombre - digo al aire, y recito sus dichos en mi mente: ''Trata de no destacar, te necesitan en tu hogar, son tiempos difíciles para convertirte en uno de ellos, Ben''. Es muy sabia, así que voy a tenerlo en cuenta, por lo menos hoy. Toda su vida se dedico a la magia blanca, es una de las mejores sanadoras de la región sur, y a pesar de su edad aparenta mucho menos. En nuestro casa, construida en uno de los árboles más bonitos del bosque, ella vive en el primer piso, mientras que mi hermana y mi madre yacen en el segundo, y yo -aunque en un lugar más pequeño- en el tercero y ultimo, muy cerca de la copa. Me acerco a la ventana y me apoyo en la madera; el paisaje no podría ser más hermoso, arboles por todas partes, montañas a lo lejos, y las luces de las casas -como luciérnagas- por la oscuridad del bosque. Las copas se mueven por el viento, me quedo mirando un punto fijo, hipnotizado, y me voy a preparar. No estoy seguro de como vestirme, supongo que tengo que dar una buena primera impresión, quede o no, más allá de los dichos de mi abuela. ¿Cómodo, o elegante? Me golpeo débilmente la cabeza cuando me corrijo: ¿Quieres vestir elegante para guerreros que te ponen a prueba?, el sentido común no es algo en lo que destaco. Una camisa oscura, la única prenda que tengo en mi habitación que era de mi padre, es suelta y cómoda, perfecta. Me doy un baño de agua caliente, prendiendo llamas débiles con un hechizo tan sencillo que hasta un niño pequeño podría hacerlo. Trato de bloquear el recuerdo que viene a mi mente, a unas cuantas copas al sur, un niño curioso prendió fuego su casa con uno de éstos. ''La magia no es un arte para mentes débiles'' decía mi padre. Ya estoy casi listo, me calzo y me doy cuenta que es muy temprano aún. Me recuesto con los pelos húmedos en mi cama y creo una chispa de luz mágica con la mano derecha, no ilumina más que la luz que daría la llama de una vela aunque es brillante, y la hago bailar de ahí hacia allá por la oscuridad dibujando figuras hasta que me duermo.
- ¡Benjamin! Nos hemos quedado dormidos, hora de irte, o vas a llegar tarde. ¿Ya te haz cambiado? Oh... no he dicho nada. Te acompañaré hasta... - No, mamá, en serio, puedo hacerlo solo, no te tomes esa molestia. - De acuerdo Ben, solo ten cuidado ¿si? y recuerda las palabras de... - Tu abuela, si madre, las recuerdo... ¿y lo que yo quiero? (Debo admitir que suena insolente, pero jamás lo soy con mi madre, ella intenta soltar unas palabras de empatía). - Bien, amor, solo se tu mismo y que los dioses te guíen a buen puerto. Ahora ve, vamos.

Me mojo la cara y salto por la ventana bajando deprisa con la cuerda de siempre: ''¡Ben, vamos, puedes lastimarte, usa las escal...'', escaleras, usa las escaleras, suena loco pero hasta pude notar un poco de diversión en sus gritos. Cuando toco el suelo siento una energía a la que no estoy acostumbrado, y corro en dirección a la plaza central ubicada justo a mitad del bosque. Me subo a mi bicicleta escondida en un arbusto y pedaleo como un caballo salvaje. El viento golpea mi rostro y se siente tan frío como meterse en agua helada, de cualquier forma no me importa. El sol ya salió cuando llego y veo como están unos cien jóvenes de mi edad en fila, casi completando la circunferencia donde está el dibujo del Árbol de la vida pintado en piedras en el suelo. Dejo la bicicleta en otro arbusto y corro hasta un extremo, al lado de un chico de rizos dorados el cual parece muy nervioso. Sus nervios tendrían que contagiarme pero me dan una extraña seguridad. -¿Donde están los Hércules? - le pregunto aunque jamás lo había visto en mi vida, y eso que en el bosque solemos conocernos entre todos. - No lo sé, ya tendrían que estar aquí. Solo espero que sea rápido... e... indoloro. -. Nos reímos y sus nervios se apagan un poco. Cuando estoy a punto de preguntarle como hace para ir por la vida con esa horrible cabellera escucho una voz tan potente que me hiela la sangre, y me pongo rígido mirando al centro.

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