domingo, 25 de junio de 2017

La brisa (Diario, página 19)

 Murmurando, tenue nube que gira formando tu rostro en mi ventana,
ahora nublado, confunde. Y es que el mediodía cambió su color, y tu mirada el nivel del dolor.
Que te desvele la incapacidad de mirar a mis ojos una vez más, el sonido de un tenor marchitando su esencia, reñida de espasmos que producen chirridos de amargura. Tu frustración encarnizada rodeando un ser compasivo optó por canalizar odio en tus pupilas frágiles, en tus manos entumecidas por la injusticia del ser.
 Las alas aún te dolían ¡pero las movías!, terminaste por desplumarte por completo, cansadas de un entorno toxico que las dañaba.
 Tu vergüenza fantasmal decidió tapar las heridas con odio, tiñendo tu alma dañada pero pura, en una constante llanura cutre, esa donde abundan los personajes quejosos, esos que envenenan. Grité tu nombre, me alejé y volví tantas veces que mis pies marcaron el camino hacia vos como una sombra que se pegó a tus tobillos y se arrastraba vayas donde vayas. ''Basta'' mascullé en tu oído pero retumbó debajo de tu piel, no te detuviste.
 Me fui con una carga en mis espaldas -marrón, gris y anaranjada-, el amor embotellado y un hilo débil que até de tu cintura a mi dedo por si querías tirar de él. En esos kilómetros marcados por el otoño, envié mis más bellos sentimientos al mismo tiempo que reconstruía mi cuerpo y mente.
 Empezaste a tirar de la cuerda pero, inesperado, mi sonrisa cambió a un leve gesto de dolor al ver como tirabas hacia abajo y me golpeabas contra mi bienestar. El monstruo que aceptaste odiaba ver feliz a aquello que amabas sin tu ser presente, así que inyectabas dosis de tu destructiva nueva forma de sentir en mis anhelos y esperanzas. Caí algunas veces pero me levantaba, respiraba y exhalaba sin soltar el hilo. Fueron varias las veces que me callé el dolor de mis manos hasta que empezó a sangrar.
 Tomé el hilo con fuerzas, la lluvia que me enamoró se había evaporado por completo. Tiré de él contundente mas no violento, cosa que me hirió más pero... al fin lo arranqué de vos. Es raro decir que fue un alivio porque mis manos quedaron doliendo.
 Días más tarde -sin rastro de su existencia, ni de la mía desde su perspectiva- caminé cerca de la calle en la que nos conocimos y me atasqué por algún motivo, al darme vuelta me detuve y entrecerré los ojos por los rayos del sol que impactaban mi rostro. Contemplando una escalera grisácea que se mantiene impune divisé su alma antigua (separada de la actual) esperándome paciente para saludarme con pena. Me acerqué, y vi pasar por mi mente cada momento que vivimos juntos, cada pluma al viento y cada persecución que hice para rescatarlas. Ese ánima no era más que un manojo de recuerdos pero con la consciencia intacta como si fuese un ser ajeno. Se acercó tambaleando, me sentí amado una vez más, al menos por un segundo. Las hojas de los arboles bailando por el viento eran el único sonido que apreciaba, todo se detuvo dando paso a sus palabras. Al oído me dijo sollozando que me amaba y que era mejor que me aleje por completo, que iba a lastimarme con sus nuevas garras. Saqué la botella donde guardaba el amor y se la dí ensimismado: todo el contenido lo derramé en el pasado, brillaba sobre él, por siempre y eterno. Yo seguí mi camino pero esta vez solo atado a mis recuerdos y lo que alguna vez fue, cuando me di vuelta ya no estaba ahí y yo ¿a dónde iba?