jueves, 2 de mayo de 2013

Bohemio


El escenario era el mismo, noche de lluvia fresca sobre la ciudad de luciérnagas hipnóticas, Insomnio que percude en sus escleróticas formando ramas rojizas -temporales-, la imperfección que da forma a la simetría de la mirada. Pared empapelada de humo sediento de melanconlía. El cuchillo girando, agujero negro, absorbente, cofre de todos sus pensamientos: la noche hace que todo se vea más elegante. Sentado junto al vidrio empañado, coloca amor como azúcar en su taza de café, al mismo tiempo, mira el mundo con ojos llenos de esa continua fascinación que lo hace esperar un motivo por cual celebrar su bebida, insatisfecho reclamo permanente de injusticia. Las luces se reflejaban en los charcos, la fusión perfecta del lienzo y el color. El cielo sollozando alegría gime con fuerza luego de flashes blancos que dan forma a una sombra larga sobre el asfalto húmedo y quejoso. La niñez por fuera jugaba a la rayuela la cual -dibujada en baldosas marmoladas- esperaba el momento que llegue el final para que ésta se perdiera en un recuerdo y desapareciera con ella. La juventud vestía arco-iris y besaba un espejo viejo y roto mientras su mano derecha acariciaba una estatua bastante viva que no dejaba de balbucear palabras que aquel no entendía. La vejez caminaba bajo la lluvia con los brazos abiertos, desnuda se reía con fuerza mirando hacia el cielo y dando giros al mismo tiempo que se movía de un lado hacia otro sobre el césped que -aunque mojado- parecía el lugar perfecto para descansar.  Se detiene el remolino, le falta dulzor, la amistad es buena opción. Los autos daban conciertos al compás de la agria música que se escuchaba en el Bar de las flores, el violín crepuscular imitaba al canario, un contrabajo haciendo cosquillas en su cerebro, un piano tocando cada célula de su piel agrietada con tintes verdosos y una voz haciendo que apretara con fuerza su taza. Olor a roble y tabaco, recuerdos nostálgicos y un par de tangos jamás bailados, perdidos -tal vez- en la penumbra de un salón de piso azul francia ahora húmedo.
 Abrió la carta después de un par de horas, ''No se puede manipular el destino sin jugar con la vida misma'', sorbo automático. No era de su agrado, todo lo demás fue vertido. Bolsillo derecho de su saco negro opaco, a la boca la negrura del sabor de lo prohíbo, blanco y negro sus colores dentro y fuera solo un grito, tortuoso, paralizando hasta la mas minúscula gota de lluvia de la ciudad bohemia. Segundos después el silencio cubriendo el lugar, la quietud de los buenos aires, la canción que sin voz se quedó, la fascinante y perpleja mirada del que sombrero llevó. Las lentejuelas rojas que de brillo llenaba la sala se movieron entre las mesas de madera talladas a mano. Costaba diferenciar la niebla del humo de tabaco de la sala. La rubia cabellera corrió hasta salir por la puerta situada en un fondo oscuro, casi tan perverso como el pensamiento mismo que de su café volvía a emerger cuan cubo de hielo sobre el agua. Un sorbo y la elegancia de la persecución ultrajante, el destierro de un alma vagabunda corriendo sobre las calles pedregosas de los aires viciados. Era tal el silencio que cada risa de la fémina rebotaba en cuan pared su sonido llegase. Los oídos embelesados de rojo destruían cada tejido vivo que tocase, toda molécula rebelde que se animase a continuar. El norte sanguinolento que de sus venas comenzaba a circular, las gotas de lluvia que al chocar por su frente comenzaban a participar, los músculos ahora vivos moviéndose sin cesar y su barba recortada denotando la ácida madurez de lo vivido. La taza todavía en sus manos rebelaba cada vez más, varias palabras recortadas de diarios mostrándose sin vaticinar aquel destino avergonzado que no quería mirar. A la vuelta de la esquina una figura particular comenzaba a gritar mientras saltaba con sus manos abiertas alejando las minúsculas moléculas que detenídas permanecían. Era tan sigiloso como un gato a por su presa, tan elegante como su perfume europeo acentuando su demencia. Los cabellos rubios y la boca abrillantada de amantistas lo miraron a los ojos, dejando pasar su lengua por ella, articulando una corta oración que le irisó la piel. El azabache nectar todavía caliente estaba totalmente cubierto ya por los papeles que de unos tragos -denotando su machismo frente a un par de tacos- ingirió entero. En la borra, el asesino. Levantando su mirada y completamente vivo la mujer clavó en su pecho lo que alguna vez fue frío, lo que alguna vez le perteneció. Arrodillado y observando su rostro, la putrefacta mirada vacía de la muerte que opada por su cabellera soleada le partió el corazón. Se puede matar a una persona dos veces, pero solo si logras revivirla una vez. El rojo desapareció entre la luz y la neblina, campanadas sonando mientras el tiempo corroía. Su cuerpo junto a la lluvia implacable, la taza rota a metros de su meñique inundado de color. La niñez cayó, La juventud lo abandonó, La vejez lo acobijó. El bohemio y el suspiro, el final, el adiós.