domingo, 17 de marzo de 2019

Profundidad

 El aire pega en mi frente dolorida, alivian mis ojos avellanas y me hundo en mi propia nada hasta volver a moverme tan sólo para olvidar el poco sentido que tiene todo.
¿Para qué? suena en mi mente como si la frase rebotara en cada esquina de mi cráneo. Me da miedo convertirme en aquel ser gris, iracundo y ciego que puedo imaginar en mi futuro. Cuanto más pienso en lo inmenso que es el universo más poco sentido tiene toda la realidad aparente. Hay bálsamos, momentos únicos de perpetuo presente -los poesía- que te acercan a un estado más verdadero, más real, único y conectado al ''no se qué'' que es tan grande, misterioso y mudo que no podemos sacar información a menos que lo dejemos entrar en nosotros.
 Hacer silencio y respirar son la llave, sentir el presente exacto, ser conscientes del preciso momento, es la entrada. Me cuesta mucho incluso sabiendo que el proceso fue tan largo como mi propia vida. El mundo se conoce mejor a través del empírico auto conocimiento, ese que te dice lo que amas de una persona, lo que no podes tolerar de otras, ese sentimiento que nace al darte cuenta que le diste tu tiempo y amor a alguien que nunca lo valoró, o esa cerveza fría con la compañía de un ser tan interesante que te deja sin aliento. Hay impulsos que viven y mueren tan seguido que no nos damos cuenta porque estamos demasiado ocupados mirando sin ver, escuchando sin oír e incluso tocando sin sentir.
 Uno puede tocar la mano de alguien pero ¿la estás sintiendo más allá del tacto como nivel inicial? ¿Cuantas veces nos permitimos ir más allá en las cosas simples de la vida? La caricia de una madre, la mano de una cariñosa abuela, el calor de la palma de un nuevo amor ¿alguna vez te detuviste, respiraste y sentiste con el glorioso presente esa energía?.
 El ser humano es energía concentrada, liberando de sí mismo a diario, absorbiendo de otros y el mundo a cada momento ¿Que energía consumís? ¿Qué energía emanas?. Hace tiempo me di cuenta que una forma muy interesante de responder esto es sin hablar y, por supuesto, analizándote con tenue dedicación el como vos sos en el mundo, vos sos para el mundo, vos dejas que el mundo sea en vos.
 ¿Acaso ir a la terraza en una noche estrellada y ver hacia arriba te permite asegurar a viva voz que estás contemplando el cielo? Ir tan profundo en ese único pensar, dejar de lado todo recuerdo y preocupación inmediata para hundirte tanto que te marees por el presente perpetuo de tu unión y esos pensamientos. Hacer caminar a las yemas de tus dedos en la espalda de un amor, ver el movimiento mágico de los árboles siendo sacudidos por las corrientes de viento, escuchar quebrar la leña de una fogata improvisada o tan solo mirarte a los ojos en el reflejo de un espejo, pero de verdad.

 ¿Que ves en esos ojos? ¿Miedo, felicidad, amor, tristeza, cansancio, nostalgia, culpa? ¿Podemos ver en el cabello de una persona una historia nueva que inventar? ¿Somos capaces de interpretar las ojeras ajenas hasta darles una mejor forma? ¿Nos atrevemos a besar más allá de lo superfluo? ¿Acaso somos lo suficientemente valientes como para ir mucho más profundo?
 Estamos en tiempos donde vivir en la superficie resulta cómodo e incluso es aplaudido. Se rechaza el sentir, el ir más allá, el crear: parece obligatorio olvidar que hay magia detrás de todo. No toda profundidad es buena, algunas destruyen, otras salvan, hay de las que molestan, inquietan y cambian y otras que se mantienen estáticas, no dicen nada -pero dicen el doble de nada que de la nada simple veíamos desde un principio-.
 Lo esencial es invisible a los ojos, dijo el zorro, me digo a mí. Hace un tiempo me sentía obligado a ver más allá hasta que lo olvidé y comencé a experimentarlo sin ser consciente de que lo hacía. Hundirse tiene ciertos peligros porque hay una necesidad imperiosa de hacer presente nuestra sensibilidad, sin eso no hay poesía. Estamos expuestos. Desnudos de espíritu vagando por un mundo armado, psicótico, deseoso de vivir aparentando y tan contaminante que preferimos guardarnos, pero esa forma de mirar el exterior también podría hablar de la energía que emanamos, incluso de la forma que nos percibimos a nosotros mismos.
 Hay un momento en el eterno presente donde no hay nada y en esa nada lo está todo, ese todo rodeado de un silencio pacífico, acogedor, protector. Siento que hay algo muy grande pero muy hondo de nuestro ser que interactúa con todo lo que somos, con todo lo que consumimos alguna vez y cada día. Un proceso de autoconocimiento que es tan profundo que no sólo nos hace conocer a nosotros sino al otro, a la naturaleza, al mundo. Es esa desnudez la verdad que nos asusta, huimos por más distracciones para hacer que el tiempo siga pasando con el afán de olvidar la ignorancia de vivir, lo absurdo de existir. Respirando y fluyendo con las palabras me vuelvo a preguntar ¿Acaso soy lo suficientemente valiente como para seguir yendo más profundo? Mientras haya belleza detrás de todo, hasta el último día.