sábado, 8 de diciembre de 2012

Autorretrato


La sangre formaba -envidiosa de la acuarela- rosas en lienzos de color plata, brilloso, que lastimaba mi vista. Un pincel manchado de misterio era lavado fanáticamente dentro de un vaso lleno agua coloreada o repleto de colores acuáticos. Nada es lo que parece le gritaban, nada es lo que se simula, nada es lo que se puede ver con los ojos, con las pupilas dilatas después de varias dosis de libertad. Dejó de lado el cuadro, no valdría nada luego de terminado, entonces empezó a hacer otra obra, en su cuerpo retorcido, en su mente cíclica, en su corazón terco.
 Comenzó pintando con furia sus dedos, uno por uno, parecían gustarles, él podía escucharlos reir -entre varios otros sonidos, la mayoría de truenos que se manifestaban tanto afuera como adentro, la mayoría de gotas que golpeaban su ventana- y morir frente a sus ojos inamovibles. Luego de pintar de blanco sus manos hasta su antebrazo continuó con lo demás, estaba seguro que no hacía falta pintar todo su cuerpo, solo lo que él creía conveniente y necesario. Estaba descalzo y fué su segundo objetivo, esta vez un verde, un verde mezclado con tonos tierra, y lineas negras que subían por sus piernas de forma desordenada y terminaban haciéndose nubes olvidadas en sus rodillas. El pincel se hacía cada vez más transparente, como si de alguna extraña forma de este saliera todo recuerdo o color. Él lo notó pero no le importó y continuó con su primera verdadera obra de arte, su miseria. Siguió con un rojo y pequeños detalles en naranja sobre su pecho, un cielo casi apocalíptico en su torso denotaba claramente lo que sentia y pensaba, lo que ocultaba y sentía carecer. El pincel ya parecía de vidrio, podía reflejarse en él, podía ver a través de él, todo dependía de como quería y sentía ver. Ya teniendo pintado los brazos, las manos, los pies y la mitad de las piernas creyó terminar con el desahogo infinito que calmaba su afán imperialista y empezó a colorear su cuello de un amarillo insolente, de un sol clarividente, superrealista. El vicio llegaba hasta sus mejillas donde cambió a un violeta profundo cubriendo todo su rostro, exceptuando sus ojeras, que aún conservaban su tinte original -no le importó demasiado, una mente, un lago, un océano, el horizonte silencioso, profundo- tan natural que casi resultaban ser perfectas.
 No, no era suficiente, necesitaba una visión diferente frente a una realidad mentirosa y por eso se pintó de dorado los ojos, un pensamiento caritativo pintando su mente de celeste y por fín, se quedo -varios minutos de silencio absoluto, como dormido, soñando, o solo perdido- pensando que colores quedaban por usar, -''Muchos'' escuchaba que decian de alguna parte de la habitación- hubiera sido más fácil sin esa incapacidad e inducción tan notoria, tornándose callista en cortos minutos. Y su alma, y su interior, quien pensaría en ello, es una pregunta que se repetía tantas veces como respiraba, Tomó su vaso de colores y se lo bebió.
 Perfecto, demente, perfecto demente resultó ser el callado malabarista de emociones. El suicidio más hermoso que se vió, la pintura más perfecta que se pudo ver en la galería. No, el no existió, siempre lo supo, desde el principio. El sabe perfectamente que fué una idea de hombre, que fué un boceto coloreado que se arruinó por el descuido. Ahora, el accidente, bella subrealidad manchada de arcoiris, ¿podría seguir siendo sabiendo que es un error? sabiendo que su vida solo fué una casualidad y que en un mundo paralelo todos lo ven colgado, tieso dentro de un rectangulo, seguramente posicionado en la esquina donde solo lo ven los más observadores. No, el callaría y se mantrendía coloreado, pero aunque quiera caer, gritar, desaparecer, o lo que sea le es absolutamente imposible.
Un gato gris -viejo como su estadía- se sienta todas las noches a observarlo respirar, le debe llamar la atención los brillos que causa la luz entrometida en los colores de su figura, en la obra, el desastre materializado: o quizá solo mira, ido, como alguna vez fue y quiso ser él, pero encerrado se limita a pintar, por siempre, una obra interminable que bautizó como ''vida'' en un universo que realmente siempre fue y será, por los siglos de los siglos, blanco y negro.