Rain soul

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lunes, 5 de diciembre de 2016

La destrucción de nosotros mismos (Diario, página 13)

 Cuando ya no se que decir o hacer, y todo lo que toco resulta terminar dañado o no puedo ayudar a nadie -ni a mi mismo- termino corriendo, huyo tan lejos como puedo mientras me desintegro en millones de trozos que se dejan llevar dependiendo de la correntada que en ese momento esté dispuesta a darles un viaje inesperado.
 Puedo volver a incorporarme rápido, pero no siempre es así, a veces estas partículas terminan dispersas en una vasta área, algunas conocidas y otras inexploradas. Mis pequeñas piezas se reagrupan (ya cansadas) con otras que estén cerca creando nuevos seres en diferentes partes. Algunas veces son personas, otras animales, incluso los vi amorfos y monstruosos, pero nunca dañan a nada ni a nadie. Se dedican a recolectar lo que pueden de esos sitios mientras el núcleo -la esencia misma- espera a que todo vuelva a equilibrarse, justo donde el cuerpo se desintegró. 
 Cuando el núcleo descansa lo suficiente y tiene la fuerza como para volver a traer todas las partes hacia él, encendiendo una especie de fuerza magnética que posee, todas las formas que cobraron las partículas vuelven como un rayo; la actitud que adopta cada una varía según la forma que había adoptado, recuerdo algunas... un niño que se había formado en un bosque verde, vivo, se aferraba a los arboles cuando el núcleo lo llamaba de vuelta; un tigre hambriento comía -insaciable- carne fresca y estaba agradecido de volver, no quería seguir matando pero su naturaleza lo obligaba a hacerlo; un gorrión que se dedicaba a surcar los cielos mirando de lejos a todo ser vivo y de cerca a las nubes pidió un minuto más, quería guardar en su memoria las impresionantes vistas desde esa altitud; un hombre bajo la lluvia mirando el cielo deja de correr en la colina y unos segundos antes de volver se lanza a la tierra, respira profundo y desaparece... y así con cada una. Pero hay algunos seres que se crean que son algo más fuertes y un poco más testarudos también, los que llamo sutilmente ''tercos''.

 Los tercos no vuelven y dejan al ser incompleto porque se niega a que a llegado su hora de desaparecer, por lo tanto sigue su camino un tiempo más aunque todos los demás hayan vuelto. Algunos se alejan tanto que se pierden -pero siempre regresan, tarde o temprano lo hacen-. 
 Cuando el ser vuelve a estar en armonía, recreándose por la fuerza que el núcleo forzó en ellos, todos le regalan a éste un regalo por su libertad: el conocimiento adquirido en su viaje. El núcleo aprende y vuelve todo a funcionar como debería, el ser completo vuelve a caminar mas sabio y con mas fuerza.
 El impulso que genera la nueva unión lo hace sentir tan veloz y hambriento como un tigre insaciable, tan sensible como un niño, tan inspirado como un hombre disfrutando de la lluvia y tan libre como el ave en las alturas y corre tan lejos como puede buscando un nuevo lugar, con nueva gente, con nuevos desafíos y metas, nuevas canciones por escuchar y palabras que aprender, nuevos amigos a quienes conocer, busca ansioso el nuevo escenario donde quiera volver a destruirse, un lugar tranquilo donde caer.

 Tanto se destruye que se olvida que habla de él mismo y termina hablando en tercera persona. Porque es así, hay que aceptar que cambiamos y que todo cambia, si aceptando nuestra autodestrucción aceleramos nuestro crecimiento, ya que cuanto mas veces te destruyen o te auto-destruis, más conocimiento acumulado de tus partes dispersas llevas guardado. 
 Una advertencia, destruir a otros tiene sus consecuencias, una de ellas es perder varios de los tercos, estos mueren y jamas regresan.