sábado, 17 de mayo de 2014

Timoteo

Cuando Timoteo miró esa reluciente copa de brilloso bronce la tomó y corrió hasta su cabaña con una sonrisa que parecía haber olvidado. Entró dando tumbos alegres cuando sorpresivamente nota que nadie yacía dentro. Parecía abandonada desde hacía años; telarañas, muebles tirados y rotos, la escalera hecha añicos. Confundido mas no estático, se acercó hasta la pequeña sala de estar, el sillón rojo chillón de la esquina -donde su abuela solía contarle aquellos cuentos sobre reyes y reinas, magos y brujas- sostenía cómodamente una foto de su madre y su hermana en un marco de madera opacado por el polvo. La copa cae de sus manos (ahora débiles por el miedo) y se escucha un sonido hueco al golpear en el antiguo piso de madera. Quiere subir hasta las habitaciones pero al tratar de sostenerse en uno de los escalones éste se parte en dos y cae golpeando su cabeza con un banquillo diminuto, el mismo que usaba su hermana para sus muñecas. Como si sus cuerdas vocales hicieran sonido por primera vez emite un chillido nervioso que a penas él entiende. Sorprendido ve como la joya del centro de la copa empieza a emitir una peculiar luz carmesí que inunda todo el salón. El frío invernal que cubría cada rincón de la casa desaparece justo cuando la chimenea empieza a reconstruirse con un fuego tan vivo como rebelde. Y así con toda la casa: sillas flotando, pedazos de platos reagrupándose, libros volviendo a sus estantes, maderas volviendo a lucir renovadas. La casa se embelleció tanto que apenas la reconocía. El rechinar de la silla hamaca lo tranquilizó, aunque nadie estuviera sentado en ella. Confundido por el golpe y lo sucedido se deja llevar por un sueño profundo.
 ''La reina del hielo sostenía un báculo en su mano izquierda, tan largo como su trono blanco y plateado. Su corazón era una gema, tan fría como morir solo en medio de una ventisca de montaña. Su máximo deseo era congelar todo corazón. Pero lo que no sabía es que no podía congelar las almas'' -¿Abuela?- exclama con sus mejillas enrojecidas por el cálido ambiente, acostado sobre mantas en un largo sillón de terciopelo colorado. Nadie contestaba. Timoteo se levanta con energía renovada, pero con la confusión de alguien que parecía estar viviendo un sueño. - ¡¿Abuela?!- vuelve a decir pero nadie contesta de nuevo.
 Lentamente se acerca hasta la copa de bronce con la piedra encastrada, tan roja como la sangre, tan brillante como el sol. Aunque tenía miedo de tocarla lo hace con la misma delicadeza de aquella vez que curó al ave herida encontrada en techo y luego liberó. La copa ni se inmutó. Estaba amarrada a raíces tan gruesas como sus muñecas y su composición parecía hecha de uno de los más irrompibles minerales. Lo siguiente fue dirigirse hacia la puerta, pero parecía imposible de abrir, acto seguido va hasta la ventana donde -si bien no podían abrirse- el vidrio dejaba ver una ventisca mortal del otro lado. Se sienta en una silla y denota como una humeante taza de chocolate parece estar llamandolo con su fragancia. Tomó entre sus manos el recipiente de porcelana y se detuvo a oler al exquisita sustancia, que luego fue tomando sistemáticamente. Mientras lo hacía miraba a su alrededor, preguntaba algunas cosas en voz alta esperando respuesta de aquella voz que siquiera se dignó a buscar en el piso de arriba porque había salido de la silla junto a la chimenea, pero por supuesto, nada contestaba. Antes de llegar a la mitad se levanta lentamente y sube las escaleras todavía sosteniendo la taza con su mano derecha. Sus ojos verdosos parecía brillar más de la cuenta. Al llegar ve como el piso vestía una alfombra azulada y el pasillo era más largo de lo que realmente era, mucho más largo. Al caminar por él no ve puertas todavía pero sí ventanas, aunque pasaron totalmente desaparecividas ya que sus pupilas solo estaban dirigidas especialmente a los cuadros que embellecían las parecedes de -ahora- roble. Las pinturas se mezclaban entre ellas formando imagenes de una misma persona pero en diferentes situaciones de su vida. En el primer cuadro ve a un joven de ojos miel y pelo castaño, sosteniendo un artefacto que el no entiende, vestido de una forma peculiar, mientras era observado por muchas personas, soltando sollozos de pezar. El cuadro mostraba muchos diferentes lugares y momentos del mismo protagonista, pero siempre terminaban las secuencias con un telón rojo cerrando y abriendo. En el segundo cuadro observa que el marco no es tan delicado como el primero, sino algo viejo y desarreglado. Dentro había una niña vestida con un vestido de tela delicada y blanca, con hermosas trenzas anudadas con listones rozados. Las imágenes -a diferencia del telón del primer cuadro- cambiaban tras el paso de miles de mariposas que tapaban la visión, para hacer aparecer algo diferente, pero se reduce a solo detenerse en la primer parte como hizo en el anterior. En el tercero hay un hombre con traje, su mirada parece estar tan vacía como la de la Reina de hielo en su imaginación. Su corazón parecía echarse atrás al miralo, por lo que corrió por el pasillo aferrandose aún a la taza, pasando por muchos otros que siquiera miró. Se detiene. - Estoy soñando... -. Le susurra al reflejo que hacía la sustancia de la taza. - Tal vez, o tal vez no... - Dice una voz risueña y dulce. - ¿Que? ¿quién eres? ¿donde estás? ¿donde está mi mamá y mi hermana?- murmura con lagrimas en los ojos, odiandose por llorar. -Aquí, sobre la pared, no me tengas miedo. No tienes porque temerle a tu propia creación-. La voz -terminando con una risita- venía justo de arriba de su cabeza, sobre la pared. Se da vuelta rapido y ve como el dibujo de una niñita lo saluda torpemente con una manito mal dibujada. Para luego continuar y decir: - No tengo permitido contestarte algunas cosas, y lamento mucho eso pequeño, pero me dijeron que te diga que uno debe enseñar a caminar y luego mostrar el camino, en vez de moverle los pies para que se mueva. ¿Cuantas veces puedes verte reflejado en la luna y en el sol? ¿o un recuerdo, o en dos? ¿Cuantas veces puedes verte reflejado en un poquito de dolor? No olvides que nosotros decidimos como y cuando brillar y oscurecer. Ahora tienes otra oportunidad, pequeño-. Timoteo deja de llorar, y mirandola extiende la taza y dice dulcemente:

- ¿quieres un poco de chocolate?