miércoles, 6 de febrero de 2019

Sueño nostálgico

El amarillo camino giraba hasta formar un circulo perfecto.
 ¿Por qué? Después de varios meses estando sólo me sentí cada vez mejor, más fuerte, más espiritual y hasta más superficialmente bello. Toda aquella energía focalizada en él se había dispersado tras la ruptura. Había partículas que debería proteger antes de que se pierdan, aunque muchas se marchitaron con mi amor. El polvo se chocaba con las mismas y yo, tapando mis ojos para percibirlas mejor, trataba de limpiarlas con un leve soplido de mi orgulloso ser. 
 Aparecieron elementales de varios tipos para observar y corroborar que algo anormal sucedía en la chispa y la laguna de mi esencia: volví a cerrar los ojos y los dejé pasar. La tormenta se mantenía por fuera del escudo invisible y extenso que coloqué por sobre todo mi jardín personal; fuerte, procuraba no dejar entrar el pasado llenando las flores de un curioso rocío que me mantenía anestesiado del dolor. 
 Me volví insaciable dentro del gran caparazón del sentir. 
 Tan libre como el viento, tan fluido como el agua, tan pasional como el fuego y tan terco como la tierra; formaba astros con mis manos, animales con mis gemidos y elementales con mis deseos. Los recuerdos se quedaron fuera de aquel nuevo terreno virgen: algunas veces se enojaban y se transformaban en tormentas, otras en vientos huracanados que se deshacían al chocar con el invisible protector, en rayos certeros que apenas debilitaban mi creación. Pasó un tiempo hasta que los ignoré por completo pero un ser delicado, alado y obsesivo me suspiró tristeza desde adentro. 
 Corrí, vibré, sentí el aroma de la naturaleza hasta por mi piel. Un espíritu estupefacto sucumbió ante la imposibilidad de tocarme y desde fuera me enseñó un gran árbol y un beso de enamorados; reí con sarcasmo. Con la fortaleza de un ave protegiendo su nido me hice aguacero sin que nadie se diera cuenta. El cielo fuera del domo era tan limpio como adentro. Con cuidado baje como puro líquido y me filtré por la tierra -escurridizo y para nada sonoro- para escuchar de cerca a mis molestos vecinos. Los elementales que golpeaban para entrar eran tan solo los violentos y tristes, estaban llenos de heridas y hasta más de uno lloraba recuerdos, pero atrás había algunos con formas preciosas esperando la apertura de mi alma jugando, cantando, danzando e incluso uno se dedicaba a meditar. 
 Nací fuera materializandome como flor de cerezo, me mantenía alerta y camuflado. ''Me duele'', ''No me lo merecía'', ''Intenté arreglarlo tan fuertemente...'' se escuchaba en el aíre cerca de los más opacos mientras que del otro lado, más lejos y brillantes, murmuraban: ''Te extraño, pero no podía dejar que sigas destruyéndome'', ''Me acuerdo de la vez que nos conocimos'', ''Me prometiste que ibas a volver''.
 Un pétalo de mi ser se marchitó de inmediato y caí con la ligereza de una pluma al viento para luego encenderme y como invisible humo volver a mi resguardada cúpula. Los seres, que aún permanecían dentro, besaban mi cuello, otros mi boca, había quien susurraba mi nombre con una peculiar melodía. Mi corazón latió fuerte, comencé a llorar.

El domo se rompía, las grietas iban avanzando como liebres buscando resguardo de la tormenta y yo, mirando las nubes, los dejé entrar. Todas las palabras, llantos, sonrisas, abrazos, caricias, ansiedades, alegrías, despedidas, reencuentros, besos, miedos y deseos golpearon mi cuerpo físico al mismo tiempo; el pecho dolía, las manos ardían y mi alma palpitaba al compás de los golpes, de la lluvia y de mi corazón. 
 Después de unos minutos de intenso sentir todo se volvió silencio, abrí los ojos y una esfera brillante, multicolor, flotaba frente a mí invitando a todos los recuerdos a entrar en ella. Cuando los elementales entraron (ambos, violentos y pacíficos) dieron origen a algo que no esperaba en absoluto: a mi mismo. Me paré excitado, con miedo levanté mi mano y la extendí. ''Aprender a amar duele'' me dijo, me dije. Lo abracé porque supe todo lo que sufrió por ese amor, sólo yo podía saberlo porque él (el joven del árbol) nunca pudo verlo sufrir ensimismado en su propio dolor. Pude contemplar como tanta ansiedad corrompió su mirada, su cuerpo y debilitó su espíritu. 

 Aquel reflejo amó con todo su corazón y su destinatario sólo lo desmereció, desvalorizó y mintió hasta el último momento. Me daba pena aquel ser que tenía enfrente, no quería que sea parte de mí porque, además de tener consigo el gran aprendizaje de aprender a amar de verdad, tenía a su diestra la tristeza del miedo a abrir de nuevo el corazón, la áspera ansiedad copulando pesimismos y la falta de aprecio ante su destrozado estima. 
 - ¿En que nos hemos convertido por amar? Alguna vez pensaste que querer a alguien podía transformarnos en ésto? - me decía, yo me detenía a escucharme -. - El amor que se tuvieron jamás va a volver de la misma forma pero, déjame decirte algo, tampoco va a desaparecer.
Se acercó, tocó mi cara incrédula, me tomó de la mejilla y al mirarme a los ojos concluyó:
- La tranquilidad es la antesala del equilibrio, siendo el equilibrio la antesala de la armonía. El respeto es una virtud y valorar un don. El amor nunca se termina, se transforma. Pero ¿que hacemos con ese amor que queda? Hay varios caminos que terminan en forjas de ese sentir: podes reformarlos en silencios y recuerdos, podrías redirigir esa energía que queda en vos mismo -valorando lo que quizá el otro no pudo-, o podes caer en la forja más básica, un tanto cobarde: el olvido junto al falso bienestar. Si ese amor que queda se intoxica se vuelve en nuestra contra hagamos lo que hagamos, nos sentimos fuertes al principio y desinteresados luego pero te aseguro que en la tercera etapa, ahí en el final, tan sólo queda un amargo vacío. Este vacío es de esos inevitables, culposos, mostrándose al fondo de tu café o en los subtitulos de tu serie favorita. Y vos ¿Que vas a elegir? ¿el camino del falso olvido? ¿El del bienestar hipócrita?... -.
 El jardín era cada vez más y más pequeño, las flores no morían pero se convertían en mariposas de diferentes especies que se alejaban al cielo. Todo caía y yo respondí suave y seguro: el silencio, el recuerdo, el aprendizaje y sobre todo la añoranza.
Volviendo a ser uno con mi reflejo me siento fuerte pero ahora tengo miedo porque un mar de nuevas preguntas vuelven a circular por mis venas ¿Por qué lo heriste tanto? ¿Por qué jamás te disculpaste con el corazón? ¿Por qué golpeaste sistemáticamente lo más sensible de su ser cuando estaba en tus temblorosas manos? ¿Por qué le mentiste mirándolo a los ojos? pero sobre todo, ¿Por qué dejaste de ser aquel joven que tenía miedo de perderme y siempre estuvo esperando en el último peldaño de la escalera?

Estoy sobre un trozo de tierra mojada, flotando en un plano que no conozco bien. Aquel jardín ya no existe porque me terminé convirtiendo en él. Y parado sobre mi propia esencia diviso un bollo anaranjado repleto de pequeñas manchas de blancas estrellas. Avergonzado me acerco y noto que es tu forja de papel barrilete siendo yo los garabatos del pasado de tu sentir. Lo tomo con mis manos para luego dejarlo ir con el viento que con susurros te reprocha: ¿Qué estás haciendo con aquella promesa de amor que quedó? ¿Que estás haciendo con ese amor? ¿era amor?
 La conciencia anhela oportunidades y el martirio un descanso sereno: en cenizas se disipa la agonía del no ser amado y, al final, se esfuma la idea en mi pasado: ya no queda nada más que unos pocos recuerdos. Creo peldaños con el barro de la última decepción de primavera, comprendiendo -satisfecho- la importancia del amor pero hacia mi propia alma, ese nuevo destino a donde me dirijo con unas cicatrices llenas de miedo pero una mirada repleta de ganas de volver a ser yo pero... sólo por mí. Porque ya no siento, soy libre.