martes, 27 de octubre de 2015

Luciérnagas

Decidido a emprender un largo viaje acompañado de su fiel amigo, un ser diminuto con la capacidad de transformarse en cualquier criatura que disponga -el humor de su dueño influye mucho-, se sienta al lado de un río un tanto turbio. Se dice que el aventurero tiene la capacidad de modificar las esencias, soltando y liberando a todo ser que se encuentre bloqueado por el miedo u otros sentimientos negativos. Sin agua para beber, sediento, se dispone a acercarse un poco más y tocar sus oscuras aguas, levantando su palma y dejándola caer de nuevo, solo por curiosidad. Era el atardecer cuando el río se manifiesta débil y como un ser enfermo, nauseabundo. El aventurero le ofrece sentarse, pocas veces se ven dioses de la naturaleza presentarse ante mortales, aunque realmente no le importaba quien era al humano. Los ojos del río reflejaban desesperación, y con expresión bondadosa, el joven le ofrece la mano y busca en su bolso algo que pueda darle para que se sienta mejor. El río algo extraño al ver como el aventurero y su mascota buscaban en su bolsito de tela un regalo para sus oscuras aguas, admiró su generosidad, se sentía tibio a su lado como si del sol se tratase. ''¡Esto!'' murmuró el mortal, y le dio un pastelito de fresa que una ninfa un día atrás le había regalado. ''Vamos, cómelo, te hará bien. Confía en mí''. Al meterlo en su boca sus pupilas se dilataron y su cuerpo cubierto de lodo empezó a limpiarse por si solo mientras una luz tenue, azulada, lo cubría a él y al río. Cuando el aventurero dejó de cubrir sus ojos por el brillo de su acompañante observó como sin saludarlo se metió en sus aguas, haciéndolas cristalinas y bajando a toda velocidad por la cascada (se lo escuchaba reír, saludable), y aunque se habían encariñado con el río ya se había ido. Juntó agua con sus manos y bebió hasta estar satisfecho, ambos se alejarían pero cada uno tenia un poco del otro. El pequeño amigo del aventurero se transformo en un hurón violeta.
 Una semana después habían construido un refugio al lado de arboles gigantescos con ramas y troncos tan pesados que sin magia serian imposible de moverlas. Fue aquella noche cuando el viento golpeó la puerta, olía realmente mal, algo no andaba bien. Era una mezcla de humo de leña podrida con alto de putrefacción, aunque no demasiado. El hurón hizo un gesto que solo era entendible por su amigo y al ser aprobado fue hasta la puerta y salieron juntos. Se encontraron con una joven descalza, con su cabello revuelto, negro, y tiritando de frío. Les llamó mucho la atención que estuviera semidesnuda, pero a los dioses de la naturaleza eso poco les importa. Era la diosa de los aires de aquellas montañas, y sufría de la desolación que la guerra dejo en sus tierras, dejando las aldeas humeantes que crujían dolor y temían olvido. ''Yo confié en ellos, en sus aves mensajeras, no pude cuidarlos, en especial a mí''. El pequeño desconcertado le ofrece un poco de té de flores recién cortadas, una manta que le pertenecía desde hacía años para cubrirse, y peinó su cabello torpemente como gesto de cortesía. El hurón mira a su compañero, extrañado, ya que lo ve tocarse el pecho con gesto de incomprensión, mientras que unos segundos después el aire sonríe y se cuela por la ventana, llevando consigo sus obsequios, por su parte deja caer una hoja purpuras que entra desde la ventana y lentamente se apoya en su regazo. Sacó su libro y coloca la hoja entre medio de sus páginas. El huron ahora es un colibrí verde.
 El reino podía verse a la distancia y estaba excitado por ver las maravillas que allí lo esperaban: hombres y mujeres danzando al rededor de fuentes gigantes, comerciantes gustosos de vender su mercancía, caballeros buscando la mano de hermosas damas, o quizá no ''¿Quien sabe las cosas que podremos descubrir, amigo?'' El cielo se cubría con rapidez, las nubes oscuras los preocupaban, mientras que algún dios del viento soplaba fuerte pareciendo regocijarse por sus rostros de miedo. Paso a paso iban contra el viento y el agua, sin expresiones ya, pero uno cubriendo al otro con sus manos, y el otro odiándose por no poder ser un dragón de grandes alas que pueda proteger a su amigo. Una roca los hace tropezar, y al verla ésta gira entre los arbustos, el humano lo sigue extrañado entre la lluvia y al abrir la vegetación ve como un ser de aspecto adolescente, de tes trigueña, lo mira con ojos verdes, tímidos. ''¿Podrías ayudarnos a encontrar refugio?'' le preguntó, pero este apenas contestaba, ''¿No puedes hablar?'', ''Si... lo siento'', dijo el dios de la tierra de aquel sitio. Su cuerpo estaba cubierto de gemas opacas, junto a rocas inamovibles, y si bien su ser inspiraba poder tan solo se rehusaba a mirar el suelo y responder frases cortas. El aventurero sintió pena por aquel dios así que supuso que estaba buscando refugio como él y lo acompañó a un lugar donde puedan pasar la tormenta. Cerca del camino de piedras encontraron un lugar ideal, el agujero inmenso de un gran tronco caído resultó perfecto frente a la tempestad. Ternura, sentía ternura al igual que el colibrí ''¿que puedo hacer para que me hables, dios de éstas rocas, que puedo ofrecerte?'' grito por el sonido de la tormenta, ''Liviandad'', respondió con miedo. El colibrí se metió en el bolso y sacó una pluma la cual hizo reír a ambos, y luego mirarse y detenerse en sus ojos. Siquiera él sabe porque pero lo abrazó, como si sintiera que lo necesitase. Las rocas de su cuerpo caían de a poco, y el dios respiraba profundo como parecía hace mucho no lo hacía. ''Alas'', pudo leer en sus labios, y la tierra se hizo una con el tronco, y luego con las rocas, y se esparció por todo el bosque alejándose de él. Sus ojos verdes serían luego motivo de dolencia. El colibrí ahora es un perro de caza amarronado.
 Cuando la tormenta pasó se sentía algo vacío y un tanto solo, apenas sentía el olor de las flores, y su ropa mojada no le importaba. Solo quería llegar al reino de sus sueños. Pasaron tres días para llegar al gran puente que comunica el bosque con el reino, y al empezar a cruzarlo se sorprende al ver como gritos por todas partes salen desde ahí, un humo negro y espantoso que hacía formas espectrales en el cielo se dejaba ver de pronto, y sin mas preámbulo, corrió hasta la gran puerta cruzando el puente a toda maquina junto a su compañero. Hombres encapuchados con cotas de malla encendían al lugar en llamas, podría haber dicho un número pero no tiene idea de detalles así, cientos, quizá. Las personas por otro lado hacia todo lo posible para apagar sus comercios y casas: tierra, arena, agua y trastes mojados, todo servía para intentar ahuyentar las llamas. Petrificado sabia no debía ir a la fuente para terminar con ese sufrimiento, y entre el desastre de ese caos se mete en el edificio más grande donde al parecer sentía que nacía ese odio, esa ira, y esa oscuridad que lo quemaba todo. El perro llora desde lo lejos, salta desesperado, grita por ayuda pero nadie lo escucha. El joven se cubre la cara con un pedazo de tela y solloza en búsqueda del dios del fuego. ''¿Por que tanta ira y miedo?'' gritó, ''Jamás podrías apagar éstas llamas, humano, ¿o tiene algo que darme a cambio?'' Buscó en su bolso, un libro con recuerdos, un pedazo de corteza, una hoja, y una cantimplora con agua. ''No necesito nada de eso'' Se escuchó venir con un aliento de cenizas... ''¿Podrías sacrificarte por algo que amas?''
 Una respiración corta, unos acordes discontinuados en algún lugar y luego el silencio.
 El perro ahora es un ser sin forma que se aleja flotando deprisa. Con lagrimas en sus ojos ve como el fuego que todo devoraba ahora tan solo es humo subiendo al cielo. Tan solo una gota, tan solo una roca, tan solo un suspiro, tan solo una llama... tan solo una llama encendiendo velas en su camino hasta desaparecer.

domingo, 19 de julio de 2015

Gritos

 Giras y ves luces de neón por todas partes, desestabilizando tus volteretas ya que al entrar en un mundo paraleo pierdes la noción de la realidad que vives para luego abrir los ojos -mareado- y sonreír por el viaje.
Te cuelgas en el techo y avanzas dando saltos como un ave pequeña acercándose a su diminuta presa pero con el brillo del sol caído en tu espalda, tatuada de dragones y hadas, con tu mirada de diamante y escarlata. El torbellino de tu andar da paso a un estela de chispas multicolores que sobresalen sobre el suelo de madera, opaco y brilloso.
 El ambiente es húmedo y frío pero en tu pecho arde un sin fin de volcanes, a punto de estallar, esperando hacerlo, gritando. Tu alma es multicolor y visible, unida a tu ser y comunicada con el todo, pero descoyuntada, mientras tu cuerpo se desintegra en el plano y se hace partículas para volver a agruparse danzando melodías de sirenas y tormentos de dioses.
 Y si te colocas un arma en la sien, y bailas hasta el cansancio, y cantas sollozando o pintas mascullando, todo va a tener un sentido cuando veas hacia atrás y observes como cada paso fue una pincelada, que aunque extraña y pegajosa da color a una historia. Quieres ahogarte en un mar de tranquilidad, rebotando entre las burbujas de lo que fuiste y lo que podrías ser, pero tranquilo y hundiéndote -muy profundo-, tan profundo hasta llegar al final y entender para que giras, o brillas, o caes o ves el mundo con tus ojos escarlata.
 Si pudiera tan solo convertirme en un ser tangible y estar a tu lado para rescatar, a veces, siempre, alguna vez, un poco de tu ser discontinuo y traerlo uno con el otro para que vuelvan a ser uno, lo haría, si de tus hombros no emanaran destellos escapistas y cegadoras que no me permitan observarte a los ojos, y confundido, termines escapando como una ardilla escurridiza, casi alegre de escapar.
 Siento el fuego que nace desde tu pecho, un sol rojo, amarillo, anaranjado y verde, sobre todo verde, que ilumina tu cuerpo y te eleva, en cada giro, golpe al suelo, a la pared, a tu cabeza. Giros y  gritos penetrantes que acuden al momento del crimen en el momento exacto, agarrando al asesino con las manos manchadas de tristeza, o rabia, pero no tuya, no, de todos, del mundo.
 Miras al espejo de nuevo, respiras hondo una vez más, colocas tus agujetas y las aprietas con fuerza: tocas tu pecho y sientes como late tu corazón, aun estás vivo y sientes. Y giras. Sales, y gritas. No importa, solo grita, canta, vuela y vuelves a gritar. 
Moriras, pero como un bengala. 

sábado, 11 de abril de 2015

Universo (Magno)

En un campo lleno de flores de todo color y forma yació alguna vez un huevo que fue creado por el universo como regalo a aquel planeta de no muy grandes proporciones pero si de magna oscuridad. 
 Los cuerpos celestes lo observaban a su alrededor -y a la distancia- con pesar ya que éste, ciego, apenas emitía luz alguna detrás de esas pegajosas nieblas de odio y temor. En aquella dimensión existía una antigua ley inquebrantable que decía que ningún ser consumido por la noche podría ser aliviado por la luz del sol desde el afuera, si no, que había que hacer nacer una luz desde su interior, justo en su corazón, por lo tanto sus hermanos y hermanas nada podían hacen desde afuera. Claro estaba que no eran las intenciones de Diminuto -como lo llamaban los demás- de dañar a sus compañeros estelares, pero tal era la fuerza de esa transformadora oscuridad que incluso había anclado sus largas raíces en su polo sur, y así controlando su mente, enviaba sin fin ondas de odio a sus lados, afectando a quienes en un pasado fueron sus amigos.
 Habían pasado más de cinco mil años desde que la noche abarcó a Diminuto, mucho tiempo para los planetas más jóvenes pero pocos para los más viejos. No se sabe con exactitud como comenzó pero está claro que ésto sucedió por la necesidad del universo de cobrarle un karma negativo que había nacido antes incluso de su propio nacimiento como planeta, dicha información solo la guarda los registros estelares, y ni siquiera las galaxias con más años en ese universo ni en los contiguos tenían idea de que había hecho Diminuto alguna vez. Era conocido en muchos lugares, a muchos les causaba pena, otros lo detestaban, pero había muchos que tenían fe en él. Los primeros, los que le tenían pena, eran muchos más avanzados que Diminuto, pero lejos estaban de ser grandes sabios, por lo que sus habitantes ignoraban que ''la pena'' solo intensificaba lo imperfecto del planeta que sollozaba. Los segundos no tenían tanta luz como los anteriores pero si un intelecto casi idéntico, inmersos en la lógica y con un poderoso hemisferio izquierdo en funcionamiento, explicando cientos de veces en las juntas planetarias que Diminuto era una amenazaba para todos, ya que las negativas que causaba eran superiores a las positivas, y que el universo perdonaría a todos los que se pongan de acuerdo y tomen como decisión su aniquilación, logrando una paz en todo su alrededor, en ese plano y quizá en otros, pudiendo con su muerte -tal vez, porque eso solo lo sabía el Dios de aquel lugar- saldar su karma, y volver a nacer. Pero estaban los terceros, quienes eran más sabios y con más luz que los otros dos grupos y  defendían a raja tabla a Diminuto y a sus perturbados habitantes, por lo tanto fueron los que han detenido cualquier acto de destrucción del cuerpo.
 Fue en una junta planetaria, en una mesa de proporciones gigantescas, en un edificio tan grande como una montaña, donde los tres grupos con sus muchos planetas y razas sentados en asientos brillantes de la solidez de una roca pero la apariencia de un cristal, decidieron debatir con urgencia la situación de Diminuto, ya que luego de años de promesas de sus protectores sobre que ellos cambiarían, las cosas cada vez empeoraban más y más, ya tornándose insostenible. En cada asiento había dos representantes de cada lugar de esa dimensión, treinta y dos cuerpos celestes en total, sin contar los planetas que apenas tenían noción de todo lo que pasaba -como los de Diminuto- pero que no causaban muchos problemas porque todavía lejos estaban de haber evolucionado lo suficiente como para hacerlos en proporciones perjudiciales para los demás. Aquel día se les dio un ultimátum a los defensores que constaba de lo siguiente: ''Se les da una ultima oportunidad para demostrarnos que pueden cambiar, y se merecen seguir viviendo. Si ésto no cambia su pedido será roto por mayoría de votos y procederemos a su eliminación, por el bien de todos. Se les otorga cien años. O hasta el termino de la misión''. 
 Como Diminuto estaba cubierto de la espesa noche nadie de su exterior podía ver por fuera lo que sucedía dentro, pero si sentir su vibración. El universo por su parte solo permitía que seres de otros lugares entren en el pequeño planeta en cuerpo y alma -sin modificaciones- si éstos cumplian un derecho al conocimiento y estudio de la raza en si, no involucrándose con ella y tan solo estudiando aspectos superficiales. Entendiendo ésta regla que Dios, -el todo creador, la luz central, el centro del todo, o de las muchas formas que llamaban a la misma fuerza- los protectores de Diminuto tuvieron que tomar la decisión que los otros planetas no pensaron que iban a barajar: Morir por él. 
 ¿Por qué seres tan elevados y sabios como ellos iban a abandonar sus formas armoniosas y encaminadas a la perfección de Dios, oscureciendo su espíritu en su reencarnación en Diminuto? La respuesta era obvia, solo las almas más bondadosas y llenas de luz se sacrifican por otros, inclusive si ésto opaca sus indestructibles almas. Miles de seres de todos los planetas protectores decidieron morir para volver a nacer dentro de Diminuto, en aquellos días los demás seres de las otras galaxias de ese universo se conmovían al ver como las almas, semejantes a estrellas fugaces pero de colores y brillo de acorde al ser, viajaban a toda velocidad por el espacio luego de dejar sus cuerpos y atravesaban la niebla del pequeño planeta sin problemas. Los nacidos en aquella nueva oscuridad que de pronto iba a ser su hogar, lo hacían sin ningún tipo de recuerdo de lo que fueron antes de abrir los ojos por primera vez luego de que los dieran a luz, ya que el universo no permite que interfieran en el libre albedrío de otros seres en evolución, a menos que sean parte de ellos y ya pase a ser tu destino cambiar junto con ellos. Miraban, los demás solo miraban desde lejos y de forma muy difusa como iban creciendo las nuevas almas, la oscuridad seguía también en ascenso y solo la luz que cada uno emitía desde el interior lograba mostrar algo de sus progresos. Con el paso del tiempo debieron enfrentarse a las energías del lugar, a dolores, confusiones, odios, penas, amores, traiciones, desencuentros, tentaciones, y al sentirse diferentes: ''No quiero estar acá, ¿que hago? ¡Siento que no es mi lugar!'' decía la mayoría cuando el mundo empezaba a golpearlos en la adolescencia y juventud de sus cuerpos. En Diminuto existían fuerzas manipuladoras que lo controlaban todo y bloqueaba y adormecía todo despertar de almas elevadas con odio y temor, y solo las más valientes y guerreras podían soportarlo y luego combatirlo, hasta al fin vencerlo: muchos no lo lograron. Algunas de éstas almas caían en depresiones muy profundas al no entender el sentido de la vida, al no encontrar su rumbo, ya que el que no encuentra su camino y se desespera por ello es porque sabe que tiene uno pero no lo recuerda, por lo tanto le desespera no recordar; caían en drogas, modas extrañas que los hacían sentir libres siendo todo lo contrario -en Diminuto le llaman ''moda'' a una forma de esclavitud-, escapes sociables por su falta de entendimiento, miedos paralizantes, ira descontrolada, locuras y otras. Las almas que sobrevivían y no dejaban que su ser vibre al compás de la baja frecuencia de su nuevo hogar eran muchas veces apartadas ya que no eran entendidas por los habitantes del lugar, por lo que se las consideraban ''raras'', ''extrañas'', adjetivos muy usados allí donde se ataca al diferente. Pocas esperanzas quedaban entonces para el planeta y para sus protectores que, dolidos, temían que el lapso de tiempo acordado por la junta se termine y ellos no hayan podido despertar y cumplir su misión.
 El universo observaba con amor, y compasión y sin interferir el fluir de los destinos dejó ver de afuera hacia adentro a Diminuto en cada detalle y por todo ser que quisiera observar y sentir cada vivencia. Maestros sabios de todas partes colaboraron más activamente con los enviados y con otros nuevos niños que también tenían la suficiente sabiduría -consciente o inconsciente- como para hacer su voluntad ya que tenían más facilidad para contactarse con ellos. Mientras tanto la junta y todos sus planetas de origen pudieron ver que no solo era como algunos de ellos decían de Diminuto: ''Es un planeta donde solo reina la oscuridad más terrible, ningún alma que allí esté puede tener siquiera una chispa de luz, por eso es necesaria su destrucción inmediata'' ¿Que ganaban mintiendo? Se empezaron a preguntar, entrando en confusión, empezando una congestión planetaria como nunca se había visto antes, ''Siempre nos han mentido, también hay luz allí. Si, hay oscuridad, pero lo suficiente como para que las luces puedan verse, y vemos más que en las suyas''. 
 La junta se había roto, los treinta y dos planetas de ese universo decidieron separarse momentáneamente, excepto los decididos a destruir a los habitantes de Diminuta, quienes no se separaron ya que, llenos de odio, comenzaron a preparar el ataque en silencio. El universo, mientras tanto, seguía observando y fluyendo. 
El huevo estaba a punto de eclosionar para entonces. 
 Con la muerte de las ultimas cuatro nuevas almas, también terminaría el juramento. Brisa cae desde lo alto, en una ciudad al Norte. Itzia se sumerge pesada en las profundidades de un lago del mismo continente, en el Sur. Ignacio, sucumbe entre brazas en el Este, mientras que Gea, decide terminar con su vida en el Oeste.
 No hay nada, más que algo flotando entre los escombros de lo que fue, algo que brilla nadando en el cosmos, sublime, sobre rocas de tamaños colosales. El huevo que había colocado el universo desde el comienzo brilla con fulgor, y al abrirse la esperanza y la justicia volvieron a nacer. Con un nuevo karma saldado, y otro por saldar, el universo -por lo menos ese- se volvió a equilibrar. 
Todo fluye al mismo sitio.