Te cuelgas en el techo y avanzas dando saltos como un ave pequeña acercándose a su diminuta presa pero con el brillo del sol caído en tu espalda, tatuada de dragones y hadas, con tu mirada de diamante y escarlata. El torbellino de tu andar da paso a un estela de chispas multicolores que sobresalen sobre el suelo de madera, opaco y brilloso.
El ambiente es húmedo y frío pero en tu pecho arde un sin fin de volcanes, a punto de estallar, esperando hacerlo, gritando. Tu alma es multicolor y visible, unida a tu ser y comunicada con el todo, pero descoyuntada, mientras tu cuerpo se desintegra en el plano y se hace partículas para volver a agruparse danzando melodías de sirenas y tormentos de dioses.
Y si te colocas un arma en la sien, y bailas hasta el cansancio, y cantas sollozando o pintas mascullando, todo va a tener un sentido cuando veas hacia atrás y observes como cada paso fue una pincelada, que aunque extraña y pegajosa da color a una historia. Quieres ahogarte en un mar de tranquilidad, rebotando entre las burbujas de lo que fuiste y lo que podrías ser, pero tranquilo y hundiéndote -muy profundo-, tan profundo hasta llegar al final y entender para que giras, o brillas, o caes o ves el mundo con tus ojos escarlata.
Si pudiera tan solo convertirme en un ser tangible y estar a tu lado para rescatar, a veces, siempre, alguna vez, un poco de tu ser discontinuo y traerlo uno con el otro para que vuelvan a ser uno, lo haría, si de tus hombros no emanaran destellos escapistas y cegadoras que no me permitan observarte a los ojos, y confundido, termines escapando como una ardilla escurridiza, casi alegre de escapar.
Siento el fuego que nace desde tu pecho, un sol rojo, amarillo, anaranjado y verde, sobre todo verde, que ilumina tu cuerpo y te eleva, en cada giro, golpe al suelo, a la pared, a tu cabeza. Giros y gritos penetrantes que acuden al momento del crimen en el momento exacto, agarrando al asesino con las manos manchadas de tristeza, o rabia, pero no tuya, no, de todos, del mundo.
Miras al espejo de nuevo, respiras hondo una vez más, colocas tus agujetas y las aprietas con fuerza: tocas tu pecho y sientes como late tu corazón, aun estás vivo y sientes. Y giras. Sales, y gritas. No importa, solo grita, canta, vuela y vuelves a gritar.
Miras al espejo de nuevo, respiras hondo una vez más, colocas tus agujetas y las aprietas con fuerza: tocas tu pecho y sientes como late tu corazón, aun estás vivo y sientes. Y giras. Sales, y gritas. No importa, solo grita, canta, vuela y vuelves a gritar.
Moriras, pero como un bengala.
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