Decidido a emprender un largo viaje acompañado de su fiel amigo, un ser diminuto con la capacidad de transformarse en cualquier criatura que disponga -el humor de su dueño influye mucho-, se sienta al lado de un río un tanto turbio. Se dice que el aventurero tiene la capacidad de modificar las esencias, soltando y liberando a todo ser que se encuentre bloqueado por el miedo u otros sentimientos negativos. Sin agua para beber, sediento, se dispone a acercarse un poco más y tocar sus oscuras aguas, levantando su palma y dejándola caer de nuevo, solo por curiosidad. Era el atardecer cuando el río se manifiesta débil y como un ser enfermo, nauseabundo. El aventurero le ofrece sentarse, pocas veces se ven dioses de la naturaleza presentarse ante mortales, aunque realmente no le importaba quien era al humano. Los ojos del río reflejaban desesperación, y con expresión bondadosa, el joven le ofrece la mano y busca en su bolso algo que pueda darle para que se sienta mejor. El río algo extraño al ver como el aventurero y su mascota buscaban en su bolsito de tela un regalo para sus oscuras aguas, admiró su generosidad, se sentía tibio a su lado como si del sol se tratase. ''¡Esto!'' murmuró el mortal, y le dio un pastelito de fresa que una ninfa un día atrás le había regalado. ''Vamos, cómelo, te hará bien. Confía en mí''. Al meterlo en su boca sus pupilas se dilataron y su cuerpo cubierto de lodo empezó a limpiarse por si solo mientras una luz tenue, azulada, lo cubría a él y al río. Cuando el aventurero dejó de cubrir sus ojos por el brillo de su acompañante observó como sin saludarlo se metió en sus aguas, haciéndolas cristalinas y bajando a toda velocidad por la cascada (se lo escuchaba reír, saludable), y aunque se habían encariñado con el río ya se había ido. Juntó agua con sus manos y bebió hasta estar satisfecho, ambos se alejarían pero cada uno tenia un poco del otro. El pequeño amigo del aventurero se transformo en un hurón violeta.
Una semana después habían construido un refugio al lado de arboles gigantescos con ramas y troncos tan pesados que sin magia serian imposible de moverlas. Fue aquella noche cuando el viento golpeó la puerta, olía realmente mal, algo no andaba bien. Era una mezcla de humo de leña podrida con alto de putrefacción, aunque no demasiado. El hurón hizo un gesto que solo era entendible por su amigo y al ser aprobado fue hasta la puerta y salieron juntos. Se encontraron con una joven descalza, con su cabello revuelto, negro, y tiritando de frío. Les llamó mucho la atención que estuviera semidesnuda, pero a los dioses de la naturaleza eso poco les importa. Era la diosa de los aires de aquellas montañas, y sufría de la desolación que la guerra dejo en sus tierras, dejando las aldeas humeantes que crujían dolor y temían olvido. ''Yo confié en ellos, en sus aves mensajeras, no pude cuidarlos, en especial a mí''. El pequeño desconcertado le ofrece un poco de té de flores recién cortadas, una manta que le pertenecía desde hacía años para cubrirse, y peinó su cabello torpemente como gesto de cortesía. El hurón mira a su compañero, extrañado, ya que lo ve tocarse el pecho con gesto de incomprensión, mientras que unos segundos después el aire sonríe y se cuela por la ventana, llevando consigo sus obsequios, por su parte deja caer una hoja purpuras que entra desde la ventana y lentamente se apoya en su regazo. Sacó su libro y coloca la hoja entre medio de sus páginas. El huron ahora es un colibrí verde.
El reino podía verse a la distancia y estaba excitado por ver las maravillas que allí lo esperaban: hombres y mujeres danzando al rededor de fuentes gigantes, comerciantes gustosos de vender su mercancía, caballeros buscando la mano de hermosas damas, o quizá no ''¿Quien sabe las cosas que podremos descubrir, amigo?'' El cielo se cubría con rapidez, las nubes oscuras los preocupaban, mientras que algún dios del viento soplaba fuerte pareciendo regocijarse por sus rostros de miedo. Paso a paso iban contra el viento y el agua, sin expresiones ya, pero uno cubriendo al otro con sus manos, y el otro odiándose por no poder ser un dragón de grandes alas que pueda proteger a su amigo. Una roca los hace tropezar, y al verla ésta gira entre los arbustos, el humano lo sigue extrañado entre la lluvia y al abrir la vegetación ve como un ser de aspecto adolescente, de tes trigueña, lo mira con ojos verdes, tímidos. ''¿Podrías ayudarnos a encontrar refugio?'' le preguntó, pero este apenas contestaba, ''¿No puedes hablar?'', ''Si... lo siento'', dijo el dios de la tierra de aquel sitio. Su cuerpo estaba cubierto de gemas opacas, junto a rocas inamovibles, y si bien su ser inspiraba poder tan solo se rehusaba a mirar el suelo y responder frases cortas. El aventurero sintió pena por aquel dios así que supuso que estaba buscando refugio como él y lo acompañó a un lugar donde puedan pasar la tormenta. Cerca del camino de piedras encontraron un lugar ideal, el agujero inmenso de un gran tronco caído resultó perfecto frente a la tempestad. Ternura, sentía ternura al igual que el colibrí ''¿que puedo hacer para que me hables, dios de éstas rocas, que puedo ofrecerte?'' grito por el sonido de la tormenta, ''Liviandad'', respondió con miedo. El colibrí se metió en el bolso y sacó una pluma la cual hizo reír a ambos, y luego mirarse y detenerse en sus ojos. Siquiera él sabe porque pero lo abrazó, como si sintiera que lo necesitase. Las rocas de su cuerpo caían de a poco, y el dios respiraba profundo como parecía hace mucho no lo hacía. ''Alas'', pudo leer en sus labios, y la tierra se hizo una con el tronco, y luego con las rocas, y se esparció por todo el bosque alejándose de él. Sus ojos verdes serían luego motivo de dolencia. El colibrí ahora es un perro de caza amarronado.
Cuando la tormenta pasó se sentía algo vacío y un tanto solo, apenas sentía el olor de las flores, y su ropa mojada no le importaba. Solo quería llegar al reino de sus sueños. Pasaron tres días para llegar al gran puente que comunica el bosque con el reino, y al empezar a cruzarlo se sorprende al ver como gritos por todas partes salen desde ahí, un humo negro y espantoso que hacía formas espectrales en el cielo se dejaba ver de pronto, y sin mas preámbulo, corrió hasta la gran puerta cruzando el puente a toda maquina junto a su compañero. Hombres encapuchados con cotas de malla encendían al lugar en llamas, podría haber dicho un número pero no tiene idea de detalles así, cientos, quizá. Las personas por otro lado hacia todo lo posible para apagar sus comercios y casas: tierra, arena, agua y trastes mojados, todo servía para intentar ahuyentar las llamas. Petrificado sabia no debía ir a la fuente para terminar con ese sufrimiento, y entre el desastre de ese caos se mete en el edificio más grande donde al parecer sentía que nacía ese odio, esa ira, y esa oscuridad que lo quemaba todo. El perro llora desde lo lejos, salta desesperado, grita por ayuda pero nadie lo escucha. El joven se cubre la cara con un pedazo de tela y solloza en búsqueda del dios del fuego. ''¿Por que tanta ira y miedo?'' gritó, ''Jamás podrías apagar éstas llamas, humano, ¿o tiene algo que darme a cambio?'' Buscó en su bolso, un libro con recuerdos, un pedazo de corteza, una hoja, y una cantimplora con agua. ''No necesito nada de eso'' Se escuchó venir con un aliento de cenizas... ''¿Podrías sacrificarte por algo que amas?''
Una respiración corta, unos acordes discontinuados en algún lugar y luego el silencio.
El perro ahora es un ser sin forma que se aleja flotando deprisa. Con lagrimas en sus ojos ve como el fuego que todo devoraba ahora tan solo es humo subiendo al cielo. Tan solo una gota, tan solo una roca, tan solo un suspiro, tan solo una llama... tan solo una llama encendiendo velas en su camino hasta desaparecer.
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