jueves, 25 de agosto de 2016

Entre la fantasía y la realidad (Diario, página 10)

 Es ahí cuando contengo un aliento mirando el vidrio empañado por el calor propio saliente de mis labios, suturando las gotas de lluvia que se mueven hiperactivas, se chocan y retuercen antes de separarse en dos nerviosas lineas complejas -alejadas y unidas-, yo exhalo. Cuando el viento del invierno surca la mandíbula que clama mi paciencia y busca desesperada encontrar el porque del encantarme o desencantarme, una mirada o un gesto, un pensamiento o un sexo, yo inhalo. "Te exhalo, te inhalo, te consumo hasta cansarme" digo viendo el halo creado por el cristal frágil de esas almas que dibujan frases y se incrustan en mi ser. El roce de la piel santa actúa mintiendo verdadero placer, tacto de pensamientos aturdidos (al mismo tiempo) recrean verdaderos una mentira de real éxtasis, vicio de lo prohibido que se clava en mi vientre dibujando corazones que ahora tapo con vendas casi invisibles. ''Es que sin vos todo volvería a ser lo que era, volvería a estar perdido... una vez más'' se escuchó como un eco crudo por cada rincón del laberinto que ellos sostenían con delicada calma, hecho de hielo mezclado con crayones de no muchos colores. Mi piel se erizó y me quedé mudo hasta que solo pude escuchar mis pasos y aquella voz como un coro celestial que me seguía a donde fuera, como mis lapices de cera. Más tarde mientras apreciaba las hojas esparcidas en el piso en las afueras del hospital al mismo tiempo que viajaba a una moderada velocidad, compuse un nuevo manojo de sentimientos de los que no tenía conocimiento.
 Lo perdí, perdí el conocimiento para acto seguido terminar dentro de arbustos verdes y aromáticos -me recordaban a casa, a una casa que no era tan casa si no era más bien hogar, una campo verde donde descansar hasta de mí propio ser-, las ramas se enredaron en cada extremidad, mi cuello era lo único a lo que no se aferraban con fuerza, deduje que por miedo a lastimarme, acerté al observar el crecimiento instantáneo de flores en mi espalda y mi cabeza a modo de almohadas ante lo que después fue una caída controlada en un lugar oscuro -tangible-.

 Me paré sacando algunos pétalos de mi saco marrón, despeinándome noté como varios habían quedado incrustados en mi cabello -no me importó-. Había una caja musical a lo lejos y fui hasta ella ya que era el único objetivo que había aparecido en aquel lugar donde ni el suelo podía ver. Sentía aromas, canela, pan recién horneado, café tostado y no estoy seguro si era lavanda a lo ultimo. Sentía sonidos leves, crujidos de puertas abriéndose con cuidado, pasos a la distancia -en ascenso a algún lugar, subían-, risas y llantos. Mientras me movía, de vez en cuando me acariciaban, sentí dedos cálidos en la mejilla, un fuerte apretón de manos, un empujón suave y un puntapié que provocó una expresión de dolor que tardó segundos en desaparecer. Le dí 5 vueltas a la manivela, noté como se creaba desde la caja trazos blancos de lo que después sería con color un paisaje completo que combinaba al bosque y la ciudad, guardé en mi memoria cada detalle que pude tomar mientras sonaba ésa melodía, una figura borrosa abrazando a otra justo debajo de un manzanero, un perro esperando en una esquina -seguro y recto-, dos niños girando mirando hacia el cielo y un joven caminando debajo de la lluvia, alejándose de su destino (podía sentirlo).
 Todo estuvo en silencio de pronto, mis ojos se abrieron tan grandes que parecían ver más de lo normal, y ahí empecé a oír tan solo mi corazón... cada latido me desestabilizaba más y más, y en ese mundo cada uno de los mismos lo modificaba, lo destruía y lo cambiaba todo. Cada latido un amor, un dolor, un lugar, una musa, todo nuevo. Las imágenes, los sonidos, los cambios de temperatura, y los aromas esporádicos me llevaron a un punto de quiebre que derivó en un grito justo cuando la melodía se detuvo. Todo desapareció y la caja musical se me deshizo de las manos como arena seca, terminando en polvo que un falso viento se terminó llevando a lo profundo de la ahora, pacifica oscuridad.

 No había algún sentido que pudiera detectar, flotaba en algún sitio, pero no estaba seguro. Solo estaba yo, mi cuerpo y mi mente por un tiempo que no puedo precisar.
 ''Enamorarse, desenamorarse, es parte de aprender y crecer, el amor y el desamor solo pueden existir si vibran, se mueven y cambian'' soltó alguien en mi oído y sonreí.
 Algo rozó mis bolsillos. Los crayones, ahora en mi mano, tomaron protagonismo. Mi cuerpo logró detenerse en el vacío. Tomé el azul y dibujé un amigo: era pequeño, un quetzal regordete y mal dibujado, lo quise al instante; se posó en mi hombro y me mantuvo en equilibro. ''Proba dibujando un sueño'' escuchamos junto a mi amigo y asentí. Usando el amarillo tracé un camino empedrado hasta que me cansé de crearlo. ''A veces los sueños no son la llegada, si no el transito, porque éso es lo que realmente los hace bellos''. Me recosté y miré hacia arriba -o abajo...-, y me concentré en la oscuridad. Mi nuevo amigo sujetó el crayón blanco y dibujó la luna aferrado fuerte al lapiz con sus pequeñas garras de ave. Luego siguió con las estrellas, haciendo unas cuantas para mas tarde cansarse, y recostarse en mi pecho. Sonreí al verlo dormir, él sabía que yo estaba agradecido por dibujarme el firmamento. Le creé con verde y marrón un árbol hermoso y lleno de frutos -para los cuales creí conveniente el morado, el rojo y el amarillo-, y terminé con una linda caja nido en el centro.  Al despertarse voló varias veces, exaltado, al rededor de mi ser hasta alejarse con feliz aleteo. Volví a seguir el camino amarillo que resultaban ser mis sueños. Caminé y caminé, entretanto lo hacía me detenía a crear; montañas, flores, ríos, ciudades, animales, sueños, amores, tristezas, alegrías y personas... dibujé tanto que solo me quedó un trozo del lápiz de cera blanco. ''¿Que piensas hacer con ese ultimo trozo de crayón?'' me susurraron y me puse a meditar.

Hice un rectángulo y una manija, justo ahí mi crayón se deshizo. Todo ese mundo cobró más fuerza y me saludaba con vigor, me despedía con libertad. Abrí la puerta y pasé.
El cristal volvía a ser cristal, y yo volvía a ser material de nuevo. Bajé del transporte y miré cada detalle de mi rostro en un vidrio espejado, sonreí levemente, exhalé y lo empañé. Dibujé el quetzal con el dedo índice y seguí mi camino buscando, sólo buscando.