domingo, 7 de octubre de 2018

Recuerdos elementales

El sol sigue ahí aunque esquives su figura en el firmamento.
 En las noches los recuerdos regresan como etéreos flameando en mis tímpanos, algunos murmuran mientras que otros se limitan a observarme archivar los momentos en algún lugar de mi mente, sitios donde no pueda encontrarlos deprisa si un impulso quisiera revisarlos. Bajo el cielo estrellado se acercan, algunos más brillantes, otros opacos, los hay incluso trasparentes pero todos se materializan con diferentes colores y formas, uno terroso, regordete y perezoso que bosteza entre la hierba; otro ocre, flaco y veloz que va y viene zumbando mis oídos mientras deja vestigios de viajes amarillentos en el aire; el azabache opaco que lo consume todo por lo que suele estar algo solo; o puedo mencionar al rojo con forma de tigre que se pasea rugiendo amor -dando o recibiéndolo-; imaginen que estos tan solo son algunos de los tantos. Con cada meditación en el bosque algunos entes cambiaban de apariencia, al principio no entendía como la vez que vi al ocre ser un verde pálido en forma de serpiente que chillaba molesto. Varias noches tardé en comprender que los recuerdos no cambian por si solos sino que me necesitan a mí, mi mirada les otorga poder e identidad por lo tanto formas y actitudes. 
 Me gusta pensar que la luna me observa con interés o que los árboles son una compañía más terrenal que los etéreos, así como mi refugio favorito es el frondoso árbol que me da cobijo los días de lluvia. La lluvia me recuerda mucho a mí, desde que soy pequeño tengo una fascinación por ella, puede cambiar mi humor y alterar mis sentidos. Mi abuela decía que soy tan maleable, puro y fresco como el agua que si se queda quieta se enturbia, que si se pierde se enfría, pero que también soy fuego cuando me lo permito, puedo ser cálido como una fogata en el invierno o abrasarlo todo si le doy rienda suelta a mis impulsos intensos. 
 Una vez me enamoré del viento <<fruncí el ceño aún con los ojos cerrados, me limito a moverme a pesar que un recuerdo me está picoteando la sien>>. No era un viento cualquiera, era mí brisa, eso fue lo que lo diferenciaba entre el resto de las corrientes. Cómo viento a veces es algo cambiante pero lo conocí siendo una brisa de verano <<el recuerdo en forma de etéreo ahora me golpea el pecho, dramático y molesto>>. Cuando vengo a meditar trato de no pensar en él, lo extraño tanto que podría hacer aparecer mil recuerdos inventados, que jamás existieron, tan solo para sentir su presencia más cerca a pesar de la distancia. Sé que ni el sol ni la luna van a desaparecer por más que me esfuerce en no mirar al cielo pero al menos puedo fingir que allí no están y mantenerme a salvo de sentirlos propios. Hay días que en la mitad de las meditaciones abro los ojos y no sólo miro los recuerdos sino que también juego con ellos teniendo sus consecuencias: algunos lastiman. Una vez jugué con azabache y si bien él no quería dañarme me atrasó varias noches de entendimiento, o cuando jugué con el rojo que me llenó de un alto impulso de reencuentro reviviendo cada caricia o palabra de amor: en esta última no fui tan fuerte y volví por una infusión juntos, mis ganas de sentir la brisa eran tan grandes que busqué un nuevo etéreo que sea parte de mí.
 En las noches que paso acá me aíslo no sólo del mundo sino también de mi mismo que inesperadamente me lleva a nuevos reencuentros con lo que soy, ese yo esencial que de vez en cuando se olvida de quien es o para que vino a este plano <<me duele la nuca, abro los ojos y al darme vuelta puedo verlo: azul con alas blanquecinas, un etéreo me lleva a nuevos momentos>>. 
 El viento pensó que aprendería de mi fuego la cálida virtud de amar al mundo, pensó que de mi agua podría entender cómo se puede ser río luego de permanecer cómo un lago congelado: él pensaba demasiado. Cómo elemento dual me dediqué a nutrir su aire llenándolo de humedad o templándolo con calor, hasta que ya nada de eso sirvió para mantenerlo rodeando mis llamas o golpeando mi lluvia: el viento necesitaba ser acompañado de las montañas, de los árboles. Ni mi llama tornadiza, ni mi lluvia sustentable impidió que se pierda en el camino y se aleje de mí buscando otros elementos <<El recuerdo dejó de picotear mi frente>>. 
 ¿Y por qué insistir si la razón no se controla? El aire me rodeó agradecido esa última vez que nos reunimos, algo había hecho bien. Él estaba frío, yo me sentía sólo: mirándonos a los ojos nos hicimos la promesa de volver a reunirnos algún día.
 <<Puedo percibir como los etéreos me rodean casi satisfechos pero ansiosos por estarlo por completo, algo faltaba para apaciguar su busqueda constante de sinceridad>> 
Cierro los ojos con más fuerza y mi alma susurra en el silencio cómo un suspiro de última palabra de amor: estoy lejos y te extraño, pero si las montañas del horizonte, la tierra protectora y realista, te dan lo que cómo viento necesitas entonces nuestra decisión fue la acertada. Y si estoy acá rodeado de recuerdos es para entender que por más que no mire a la lontananza para esquivarte la mirada, una parte de tu céfiro permanecerá en mi como tu recuerdo de la misma forma que una gota y el reflejo de una chispa vivirá por siempre en vos: no puedo hacerte feliz, por eso espero que estés donde estés encuentres esa seguridad que sólo la tierra puede darte, yo desde acá siempre voy a amar recordar tu brisa en mi mejilla derecha y tu perfume en la izquierda.
<<Cuando abro los ojos los recuerdos festejan y se inclinan gustosos>> 
Mi tormenta ahora es llovizna y mi incendio una chimenea controlada.