sábado, 11 de abril de 2015

Universo (Magno)

En un campo lleno de flores de todo color y forma yació alguna vez un huevo que fue creado por el universo como regalo a aquel planeta de no muy grandes proporciones pero si de magna oscuridad. 
 Los cuerpos celestes lo observaban a su alrededor -y a la distancia- con pesar ya que éste, ciego, apenas emitía luz alguna detrás de esas pegajosas nieblas de odio y temor. En aquella dimensión existía una antigua ley inquebrantable que decía que ningún ser consumido por la noche podría ser aliviado por la luz del sol desde el afuera, si no, que había que hacer nacer una luz desde su interior, justo en su corazón, por lo tanto sus hermanos y hermanas nada podían hacen desde afuera. Claro estaba que no eran las intenciones de Diminuto -como lo llamaban los demás- de dañar a sus compañeros estelares, pero tal era la fuerza de esa transformadora oscuridad que incluso había anclado sus largas raíces en su polo sur, y así controlando su mente, enviaba sin fin ondas de odio a sus lados, afectando a quienes en un pasado fueron sus amigos.
 Habían pasado más de cinco mil años desde que la noche abarcó a Diminuto, mucho tiempo para los planetas más jóvenes pero pocos para los más viejos. No se sabe con exactitud como comenzó pero está claro que ésto sucedió por la necesidad del universo de cobrarle un karma negativo que había nacido antes incluso de su propio nacimiento como planeta, dicha información solo la guarda los registros estelares, y ni siquiera las galaxias con más años en ese universo ni en los contiguos tenían idea de que había hecho Diminuto alguna vez. Era conocido en muchos lugares, a muchos les causaba pena, otros lo detestaban, pero había muchos que tenían fe en él. Los primeros, los que le tenían pena, eran muchos más avanzados que Diminuto, pero lejos estaban de ser grandes sabios, por lo que sus habitantes ignoraban que ''la pena'' solo intensificaba lo imperfecto del planeta que sollozaba. Los segundos no tenían tanta luz como los anteriores pero si un intelecto casi idéntico, inmersos en la lógica y con un poderoso hemisferio izquierdo en funcionamiento, explicando cientos de veces en las juntas planetarias que Diminuto era una amenazaba para todos, ya que las negativas que causaba eran superiores a las positivas, y que el universo perdonaría a todos los que se pongan de acuerdo y tomen como decisión su aniquilación, logrando una paz en todo su alrededor, en ese plano y quizá en otros, pudiendo con su muerte -tal vez, porque eso solo lo sabía el Dios de aquel lugar- saldar su karma, y volver a nacer. Pero estaban los terceros, quienes eran más sabios y con más luz que los otros dos grupos y  defendían a raja tabla a Diminuto y a sus perturbados habitantes, por lo tanto fueron los que han detenido cualquier acto de destrucción del cuerpo.
 Fue en una junta planetaria, en una mesa de proporciones gigantescas, en un edificio tan grande como una montaña, donde los tres grupos con sus muchos planetas y razas sentados en asientos brillantes de la solidez de una roca pero la apariencia de un cristal, decidieron debatir con urgencia la situación de Diminuto, ya que luego de años de promesas de sus protectores sobre que ellos cambiarían, las cosas cada vez empeoraban más y más, ya tornándose insostenible. En cada asiento había dos representantes de cada lugar de esa dimensión, treinta y dos cuerpos celestes en total, sin contar los planetas que apenas tenían noción de todo lo que pasaba -como los de Diminuto- pero que no causaban muchos problemas porque todavía lejos estaban de haber evolucionado lo suficiente como para hacerlos en proporciones perjudiciales para los demás. Aquel día se les dio un ultimátum a los defensores que constaba de lo siguiente: ''Se les da una ultima oportunidad para demostrarnos que pueden cambiar, y se merecen seguir viviendo. Si ésto no cambia su pedido será roto por mayoría de votos y procederemos a su eliminación, por el bien de todos. Se les otorga cien años. O hasta el termino de la misión''. 
 Como Diminuto estaba cubierto de la espesa noche nadie de su exterior podía ver por fuera lo que sucedía dentro, pero si sentir su vibración. El universo por su parte solo permitía que seres de otros lugares entren en el pequeño planeta en cuerpo y alma -sin modificaciones- si éstos cumplian un derecho al conocimiento y estudio de la raza en si, no involucrándose con ella y tan solo estudiando aspectos superficiales. Entendiendo ésta regla que Dios, -el todo creador, la luz central, el centro del todo, o de las muchas formas que llamaban a la misma fuerza- los protectores de Diminuto tuvieron que tomar la decisión que los otros planetas no pensaron que iban a barajar: Morir por él. 
 ¿Por qué seres tan elevados y sabios como ellos iban a abandonar sus formas armoniosas y encaminadas a la perfección de Dios, oscureciendo su espíritu en su reencarnación en Diminuto? La respuesta era obvia, solo las almas más bondadosas y llenas de luz se sacrifican por otros, inclusive si ésto opaca sus indestructibles almas. Miles de seres de todos los planetas protectores decidieron morir para volver a nacer dentro de Diminuto, en aquellos días los demás seres de las otras galaxias de ese universo se conmovían al ver como las almas, semejantes a estrellas fugaces pero de colores y brillo de acorde al ser, viajaban a toda velocidad por el espacio luego de dejar sus cuerpos y atravesaban la niebla del pequeño planeta sin problemas. Los nacidos en aquella nueva oscuridad que de pronto iba a ser su hogar, lo hacían sin ningún tipo de recuerdo de lo que fueron antes de abrir los ojos por primera vez luego de que los dieran a luz, ya que el universo no permite que interfieran en el libre albedrío de otros seres en evolución, a menos que sean parte de ellos y ya pase a ser tu destino cambiar junto con ellos. Miraban, los demás solo miraban desde lejos y de forma muy difusa como iban creciendo las nuevas almas, la oscuridad seguía también en ascenso y solo la luz que cada uno emitía desde el interior lograba mostrar algo de sus progresos. Con el paso del tiempo debieron enfrentarse a las energías del lugar, a dolores, confusiones, odios, penas, amores, traiciones, desencuentros, tentaciones, y al sentirse diferentes: ''No quiero estar acá, ¿que hago? ¡Siento que no es mi lugar!'' decía la mayoría cuando el mundo empezaba a golpearlos en la adolescencia y juventud de sus cuerpos. En Diminuto existían fuerzas manipuladoras que lo controlaban todo y bloqueaba y adormecía todo despertar de almas elevadas con odio y temor, y solo las más valientes y guerreras podían soportarlo y luego combatirlo, hasta al fin vencerlo: muchos no lo lograron. Algunas de éstas almas caían en depresiones muy profundas al no entender el sentido de la vida, al no encontrar su rumbo, ya que el que no encuentra su camino y se desespera por ello es porque sabe que tiene uno pero no lo recuerda, por lo tanto le desespera no recordar; caían en drogas, modas extrañas que los hacían sentir libres siendo todo lo contrario -en Diminuto le llaman ''moda'' a una forma de esclavitud-, escapes sociables por su falta de entendimiento, miedos paralizantes, ira descontrolada, locuras y otras. Las almas que sobrevivían y no dejaban que su ser vibre al compás de la baja frecuencia de su nuevo hogar eran muchas veces apartadas ya que no eran entendidas por los habitantes del lugar, por lo que se las consideraban ''raras'', ''extrañas'', adjetivos muy usados allí donde se ataca al diferente. Pocas esperanzas quedaban entonces para el planeta y para sus protectores que, dolidos, temían que el lapso de tiempo acordado por la junta se termine y ellos no hayan podido despertar y cumplir su misión.
 El universo observaba con amor, y compasión y sin interferir el fluir de los destinos dejó ver de afuera hacia adentro a Diminuto en cada detalle y por todo ser que quisiera observar y sentir cada vivencia. Maestros sabios de todas partes colaboraron más activamente con los enviados y con otros nuevos niños que también tenían la suficiente sabiduría -consciente o inconsciente- como para hacer su voluntad ya que tenían más facilidad para contactarse con ellos. Mientras tanto la junta y todos sus planetas de origen pudieron ver que no solo era como algunos de ellos decían de Diminuto: ''Es un planeta donde solo reina la oscuridad más terrible, ningún alma que allí esté puede tener siquiera una chispa de luz, por eso es necesaria su destrucción inmediata'' ¿Que ganaban mintiendo? Se empezaron a preguntar, entrando en confusión, empezando una congestión planetaria como nunca se había visto antes, ''Siempre nos han mentido, también hay luz allí. Si, hay oscuridad, pero lo suficiente como para que las luces puedan verse, y vemos más que en las suyas''. 
 La junta se había roto, los treinta y dos planetas de ese universo decidieron separarse momentáneamente, excepto los decididos a destruir a los habitantes de Diminuta, quienes no se separaron ya que, llenos de odio, comenzaron a preparar el ataque en silencio. El universo, mientras tanto, seguía observando y fluyendo. 
El huevo estaba a punto de eclosionar para entonces. 
 Con la muerte de las ultimas cuatro nuevas almas, también terminaría el juramento. Brisa cae desde lo alto, en una ciudad al Norte. Itzia se sumerge pesada en las profundidades de un lago del mismo continente, en el Sur. Ignacio, sucumbe entre brazas en el Este, mientras que Gea, decide terminar con su vida en el Oeste.
 No hay nada, más que algo flotando entre los escombros de lo que fue, algo que brilla nadando en el cosmos, sublime, sobre rocas de tamaños colosales. El huevo que había colocado el universo desde el comienzo brilla con fulgor, y al abrirse la esperanza y la justicia volvieron a nacer. Con un nuevo karma saldado, y otro por saldar, el universo -por lo menos ese- se volvió a equilibrar. 
Todo fluye al mismo sitio.