sábado, 20 de septiembre de 2014

BENJAMIN THEMIFORZS; Capítulo cinco, La luz en la oscuridad

Tengo miedo, como nunca en mi vida. Siento como si mi cuerpo fuera de roca y no puedo mover mis piernas, estoy tieso como una estatua empuñando un arma que apenas sé usar. Miro a los demás y su expresión se fosiliza en mi mente y tampoco dicen nada ni se mueven. Gruñidos, extraños gruñidos se escuchan desde nuestras espaldas y viene desde adentro de la niebla, momentos después de la misma aparecen los monstruos temblorosos y ahora puedo verlos mejor: tienes piernas humanas pero sin piel, puedo observar sus músculos latir como un corazón al descubierto; su torso y brazos -también en carne viva- toman un aspecto deforme y desproporcionado, tiemblan al caminar, con un rostro desfigurado con solo una gran boca con largos dientes caninos. - ¡Vamonos! -. Digo, pero Marco ya lo había hecho, los demás lo seguimos a unos metros. Bajamos la pequeña colina y con cada pisada que damos se levanta una pequeña nube de ceniza que intentamos no respirar demasiado. De vez en cuando cae alguna que otra bola de fuego desde el cielo, curiosamente y gracias a los dioses, muy alejado de nosotros -está claro que si una de esas nos impacta... estaremos muertos-. Ahora el camino está lleno de pequeñas piedras, de vez en cuando saltamos algunos de éstos ''Mongs'' que están tirados en el suelo sacudiéndose y gritando, no parecen notarnos. Estoy mareado por la hiperventilación inconsciente que estoy realizando aunque continúo, a veces tambaleante. Ahora a nuestro al rededor hay vegetación con arboles muy altos y secos, perturbadores y negros. Veo como Sebastián corre de prisa con sus brazos abiertos como alas y sus cortas espadas en cada mano las cuales sobresalen en el paisaje... es cierto... los cuatro junto a nuestras armas sobresalimos en el paisaje... me paro en seco y los demás me gritan bajando la velocidad. - ¿Que diablos haces Ben? ¡Vamos ahora mismo! - A mi derecha veo a una niña de cabello negro y tes oscura, saltando con una cuerda y sonriendo, feliz. - ¿Que hace una niña aquí? -. Empuño mi espada índigo apuntando a la niña pero sin intención de dañarla, solo por precaución y me acerco para hablarle. - ¡Ben, vienen Mongs detrás de ti, por favor, debemos irnos! - grita Marco. Me doy vuelta y están a menos de cincuenta metros. Cuando estoy a punto de volver a mi equipo -decidiendo que es solo una ilusión para confundirnos o realentarnos- escucho otro grito, es la niña la cual está siendo acechada por una de las deformidades. ''No puedo dejarla ahí''. - ¡Benjamin, nos iremos sin ti! -. grita Sebastián. - ¡Hazlo, Sebastián! Tengo que ayudarla, los alcanzaré en cuanto pueda -. Corro como intentando levantar vuelo y, sin pensarlo dos veces, envisto al ente enterrando mi espada en su cuello: desaparece en una nube de cenizas. - Muchas gracias -. me dice la pequeña apretando fuertemente una muñeca de pelos alborotados y desaparece en un haz de luz. ¿No era real? No lo era, aunque me siento bien por haberla ayudado, no hubiera soportado verla siendo atacada por esos caminantes. Cuando vuelvo ya casi están los Mongs por atraparme, los demás empiezan a correr. Mientras corro vuelve una frase de hace unos momentos a mi mente ''¡Benjamin, nos iremos sin ti!'' ¿Lo decía en serio? ¿Era capaz de dejarme solo? ¿Que clase de amigo deja solo a otros en apuros? Espero que haya sido una táctica para convencerme, de cualquier forma esa frase no fue afortunada y estoy conociendo cosas de mi amigo que antes no había descubierto, me asusta pensar que éstas pruebas puedan cambiar más cosas de las que pienso. La lanza de Kan brilla como la sangre, es tan larga como él por lo que está colgada en su espalda de forma inclinada para no rozar el piso. Estamos al comienzo del puente, por lo que se ve es seguro aunque por debajo pasa un rio de lava lo suficientemente alejado como para no quemar la estructura... ni a nosotros. Hay cuatro Mongs justo en el centro y siento que mi estomago se estrangula al ver que están atacando a otro de los suyos. - No puedo hacerlo... -. Dice Kan en voz baja pero puedo leer sus labios. Sebastián se hecha varios pasos atrás, lo ignoro por completo para acercarme a los dos restantes y -mientras veo como se empiezan a acercar los entes- pensar una estrategia rápida. - Nuestra arma más larga es la de Kan, las más rápidas son las de Sebastián y la más letal es la tuya, la mía no parece tener ventajas adicionales -. Le digo a Marco y asiente con la cabeza para seguir. - Los monstruitos se mueven lentos, eso es visible, creo que Kan debería sernos de apoyo ya que puede atacar desde una distancia lejana, incluso puedes lanzarla, pero solo si estás seguro - dirigiéndose a él - y no estamos lo suficientemente cerca como para lastimarnos. -. Marco, al igual que yo, tenemos esencia de líderes. Continúo hablando como un rayo. - Entonces nosotros dos atacaremos en el frente, y si Sebastían no nos deja solos y pasa por nosotros mientras luchamos puede que ayude dando cortes rápidos. -. El comentario dejó perplejo a mis dos amigos, pero me sentí bien al decirlo, veo en Marco una mirada de aprobación. Una luz brillante a en el cielo me asusta, la bola de fuego destroza un árbol cercano, luego cae otra, y otra. Es ahora o nunca: - ¡Vamos, deprisa, parece que el tiempo se nos acaba! -. gruño y corremos hacia a los enemigos. El primero de los monstruos abre la boca y grita con voz entrecortada y fuerte, de forma calada, petrificante. Mi espada le corta el cuelo y un liquido negro como la noche sale de la herida, segundos después desaparece entre brazas. Sebastián salta como un ciervo entre nosotros y empieza a acuchillar a uno sin percatarse de que ya se abalanzaba directo a él otro Mongs a la izquierda, quien abre su boca como un hipopótamo y se dirige directo a su cuello. Le vuelo la cabeza con un corte limpio y lo pongo a salvo, siquiera se ha percatado de que lo he salvado, ocupado en su carnicería. Kan entierra el filo de su arma en el pecho del restante, y nuestro camino está libre. Me pregunto por Marco, no está a nuestro lado así que me doy vuelta y lo veo, está luchando contra tres que parece venieron desde atrás, los acaba fácilmente, y me doy cuenta que lo admiro por su veracidad. - ¡Buenos cortes, compañero, hora de irnos! -. Los tres corren adelante mío y las bolas de fuego siguen golpeando todo lugar adyacente. Cuando estamos a unos metros del final una de éstas golpea la zona donde luchamos y el puente se quiebra por la explosión. Grito y me tomo de una de las cuerdas sueltas, los demás lo hacen de los tablones y empiezan a subir. Yo estoy lejos de éstos, siento el calor en mis piernas. ''No mires abajo, no mires abajo'' digo varias veces al aire y los demás me gritan desde arriba. Veo como Marco intenta bajar así que le grito que se quede donde está, que podía hacerlo. ¿Puedo hacerlo? ¿como puedo hacerlo? Guardo la espada en mi funda y empiezo a subir lentamente. Está claro que cuanto más tardamos peor se pone todo así que lo hago con todas mis fuerzas. - ¡Tu puedes! - Suelta Kan. Todavía no escuché decir nada a Sebastián, más que algún que otro grito sobre el hecho de apurarme. ''Piensa''. Si quiero apurarme solo me queda algo por hacer, intentar realizar algún hechizo. Repaso en mi cerebro: ''Veamos, libro de hechizos del abuelo, la magia blanca no me ayudaría... la negra menos... quizá pueda usar alguno elemental, ¿tierra, fuego, aire, agua? Agua claramente no, fuego menos. Con un hechizo de tierra podría mover un pedazo de roca hacia mis pies y hacerla levitar, pero seguramente caería ya que solo lo hice de pequeño y en una de las pocas veces que mi abuelo venía al bosque y me enseñaba, luego de eso nunca logré mover pedazos de tierra o rocas grandes por mucho tiempo... así que solo me queda una opción, ya que no soy un hechicero ducho como para poder volar un par de metros, tengo que...'' - Tengo que hacer un hechizo elemental de aire -. Digo en voz alta. Lo he hecho varias veces, el aire no requiere mucha energía ni es muy difícil de controlar. Me ato la mano izquierda a la cuerda y focalizo quanar en mi mano derecha. Siento mi palma caliente, casi hirviendo. Al rededor de mi cuerpo nace viento caótico, parecido al de una tormenta de verano, sin saber bien a donde ir. Mi mano brilla con luz dorada y cierro los ojos esperando que funcione: ''Ayúdame, padre'' digo en mi mente y disparo la energía hacia el cielo, soltándome la mano atada y volando varios metros sobre mis compañeros para caer en una ráfaga tempestuosa sin haberme hecho daño. Las caras de mi equipo son de hielo, jamás me habían visto hacer magia, ni Marco ni mucho menos Sebastián. No está permitida en el Bosque Índigo, aunque nunca supe bien el porque, de cualquier forma era un secreto que le guardaba hasta a mi madre y que compartía con mi abuelo, estudiando de sus libros -ahora escondidos en mi cuarto- y practicando en solitario a escondidas de cualquiera en las profundidades del bosque, incluso de mi abuela aunque sospecho que le encantaría la noticia. - Luego les explico, ahora, ¡andando! -. Vemos la cueva donde está el portal, estamos a unos metros pero en su entrada hay más de diez monstruos gritando, gimiendo y vomitando.y por la derecha y la izquierda vienen más lentamente. Mi mano sigue brillando... lo mejor será evitarlos y salir de aquí lo más rápido posible. - ¡Tengo una idea, confíen en mi, solo corran, no paren! -. Sé que saben de que hablo. Extiendo mi mano por arriba de los mongs y nos envuelven vientos huracanados, lo que nos empuja por arriba de todos y caemos en la entrada, sanos y salvos. Nos paramos ansiosos y al buscar el portal no vemos más que oscuridad. - ¿Que hacemos ahora? -. Dice Marco engolando la voz, mientras veo como se van acercando nuestros amigos de carne. - ¿Que es esa luz? -. Murmura Kan y todos giramos: La pequeña niña que salvé del Mong aparece en la oscuridad iluminada de una luz blanca que ilumina toda la cueva y parece lastimar a los monstruos que estaban a punto de entrar, quemando su carne y por fin, alejándose. - Ahí está el portal, Ben. Muchas gracias por salvarme. Pero recuerda, no te he ayudado yo, te ha ayudado tu bondad -. Me dice dulcemente y el portal aparece, ésta vez es blanco y su luz me revitaliza. - Muchas gracias pequeña... - le suelto y caminamos hasta la salida. Antes de atravesar la luz la saludo agitando mi mano: dos segundos más tarde estoy con los demás en el bosque, parado con una lagrima en el ojo, lugar de nuestra partida.

No hay comentarios: