Y efectivamente nunca se equivoca, es ahí donde está la ligereza de la verdad, el maestro interno que todos dejamos de lado y espera tranquilo a nuestra llamada: nuestro yo. Buscamos afuera, arreglar las cosas, a nuestra vida en general cuando a veces el caos viene de adentro. Buscamos respuestas en el exterior de forma constante cuando quizá la manera más eficaz de encontrarlas es cerrando los ojos, escuchando el silencio que actúa como pacificador de pensamientos -para dejarlos fluir- y luego ser real. Todos sabemos que es lo mejor para nosotros, cual es el camino correcto a decidir. Todos podemos ser maestros de nosotros y de los otros, como otros son maestros de nosotros sea cual fuere el grado de evolución espiritual que tengan. El maestro no puede enseñar cosas que no sabe, que no ha vivido en carne propia, por eso siempre que aconsejo -o me aconsejo- va desde mi experiencia.
¿Ahora como aconsejarnos entonces a nosotros mismos? Si es cierto que muchas veces necesitamos la ayuda de otros pero suele pasar que está muy cerca nuestro la llave para que todo se encauce.
''El camino hacia el interior, es el camino hacia el exterior. Si yo me conozco, te conozco. Todos somos espejos del otro''
A veces me siento perdido, confundido, irritado, caótico. Lo bueno es que hoy en día lo acepto, y en estos momentos intento atrapar esa luz que sé que hay en mi, esa sabiduría -ilimitada que todos tenemos, desbloqueada de a poco (y de a ratos si no se es muy puntilloso)- que me hace sentir lleno de amor. Hay días que me desconozco, no se bien quien soy y me hago preguntas como ''¿Por qué siento esto?'', ''¿Por qué actúo/actué así?, ''¿Esto que pienso soy yo realmente?'', entre muchas otras... Si, somos todo y más. Siempre hablo que la mejor forma de trabajar es desde la templanza y la aceptación, dejarlo ser. Uno no puede ser su maestro en el caos de vivir, y es cuando es necesario ser astuto. Nos tocó encarnar en un mundo donde aprendemos rápido, somos huracanes de información y sentir, y a los más sensibles puede atontarnos -mas no intoxicarnos, solo marearnos-. Me falta demasiado para elevarme, tengo tantos defectos en mí que no podría enumerarlos y eso está bien, el ser consciente está bien ya que la inconsciencia deriva en el no-dinamismo: congelamiento (sin darse cuenta). Entonces sé que casi siempre tengo que ser yo mi maestro, tengo que aconsejarme desde el amor y no desde el ego. Es fácil decirlo, difícil vivirlo día a día.
Estamos llenos de monstruos que deben ser combatidos día a día, algunos los creamos nosotros, otros nos los crean. Duele la ansiedad que camina en el pecho, lanzando pensamientos con piernas de plomo que caminan despacio por la mente como cansadas de repetir el mismo camino, y respiro.
La idea no es reprocharnos nuestras oscuridades, la idea es abrazarlas y pedirles que se vayan de la misma forma en la que vinieron, pero claro sigue sin ser tan fácil.
Nos han programado para la autodestrucción porque tienen miedo a que sepamos que construyendo podemos llegar más alto de lo que imaginamos; más alto que nuestros miedos, nuestros fracasos, nuestras incapacidades, nuestro ego. Hoy y siempre digo que no a eso. La ansiedad no me la genera el sentirme perdido, o confundido, o irritado: no. La ansiedad me la genera el miedo a no poder ser lo suficientemente fuerte como para matar mis monstruos, que este miedo me haga actuar de formas bajas y destruya lo que he construido con esfuerzo y amor. Te amo tanto que me siento débil, tan frágil... tan... indefenso. ¿Amar es darle al otro el poder de destruirte?
Quizá deba consultarlo con mi yo-maestro, supongo que alguien tiene miedo a sufrir y crea dolor previo -inventado- para resguardarse. Creo que ya entendí... el miedo al dolor es un acto cobarde, vivir valiente y amar aunque falle... eso es lo correcto.
Me agradezco.