martes, 4 de septiembre de 2012

Distancia

Zapata: - Camino por una calle perfumada de otoño me siento a orillas del mar y pienso en el amor, qué sentimiento  complejo de asumir y qué valentía hay que tener para navegar en sus turbias aguas. Me pregunto tantas veces que va a ocurrir cuando lo sienta a mi lado, ¿Palmeará mi hombros con gentileza? ¿Va a castigarme con sufrimiento?  . No lo sé, quizás una corta edad es lo que me mantiene en confusión, pero si hablo de amor, hablo de verdad y no de dolor. Creo que las almas luchan en una odisea en este sentimiento, que hay un lazo que las atrae y un día se unen y se descubren, qué pasa cuándo se descubren dos almas?  ¿Qué pasa cuando se conocen tanto que saben que llegó la hora de ir por más? . Hay tantas cosas que me pregunto y también estos días me dieron tiempo de pensar si hay alguien que me tiene en el centro de sus pensamientos , al cual le llamo la atención, que se fijó en mi tal cual soy . Mucha filosofía detrás, mucha aventura. Simplemente ha de haber algo detrás de las paredes de mi cuarto rosa, algo más allá del mar, del ser humano.
El amor es sentir afecto por los demás, por la familia, los amigos, el arte… Pero hablo de un compañero, un conocido, un extraño, no sé, más que una charla, más que un amigo, más que tomarse de la mano.
Significados ambiguos, placer infinito de curiosidad. Una plaga que derrama vigencia en el mundo, una plaga tolerante y adictiva, Cupido untando al mundo con el más dulce de los aderezos. 

Meira: - Aferrado a este árbol rígido que me mantiene erguido, distinguido entre mis sombras, indeciso cultivo ya marchito que sigue gritando dentro de mi cráneo. Aquella la niña alegre, que baile quieta y vuela sentada, vé con sus odios y habla callada. La distancia que anuda con fuerza, que otorgan libertinaje a las simétricas ramas que aprietan mi mano y me aferran a la vegetación, mientras húmedas, lianas queman mi rostro dejándolo irreconocible para el día del encuentro. Porque cuando la tierra se mueve debo quedar inmóvil, tapando mis oídos de piedra. Las dulces palabras de esa niña lastiman, desde adentro hacia afuera, empezando por mi tórax y terminando en un vestigio en forma de eco dentro de mi corazón. Y si esa típica ideología se convierte en mí, -una condena personal- las preguntas complejas y sus respuestas simple se gravarán en esta frente fría, ya semejante a la áspera corteza. Entonces la lluvia cae y para el tiempo -no me resulta divertido, aunque a ella parece agradarle, y de alguna forma también es reconfortante-.  Sí, me cuesta creer que siga sonriendo, me cuesta saber que no entiende, me sorprende su invulnerabilidad frente a mis cenizas, todo volviéndose acuarelas deja en un retrato blanco y negro mi rostro como hueco, corrido por el agua pero con la expresión sublime de un sentimiento difícil de reconocer pero fácil de ver.

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