domingo, 4 de noviembre de 2012

Sonidos

Entonces se detiene, en medio de todos, en medio de ella, en medio de si mismo. Grita llamando su atención pero -afónico- decide quedar callado e intentarlo nuevamente en otra ocasión. Sobrestima sus sentidos e imagina una figura crepuscular frente a él que cuan falso reflejo extraído de memorias opacas, baila al compás de  notas de piano. La madrugada se expresaba, se olía y se escuchaba, porque la presencia si es presencia lo inquieta, lo sacude y lo derrite, ofreciéndose luego como trago.
Se derrumba ante un cataclismo material humano, encadenando siempre su alma a la vida que ahora comparte y -como espejismo- parece siempre haber estado allí. Ella confunde las paralíticas formas que la razón transforma y se deja llevar por una brisa gélida que nada tiene que ver con su interior. Rompe el silencio con el sonido de una voz acelerándose, apresurando su tempo de forma paulatina y esquiva, pero singular, única, sobre todo única. Su caminar, afable caminar, deja como vestigio sangre mezclada con acrílicos multicolores -aunque se mantenga sepia nada lo está en sus polos, nada decae en sus horizontes-. Desde lo más alto del precipicio acompañada del alma de aquél, que si bien no se conocía con la suya ya lo hacían desde antes que pudieran contemplarse.  La tiene, en sus brazos, deteniéndola, apartándola, alejándola, acercándola. Pero se limita a mirarla, impávido ante el ser, porque las lagrimas suelen transformarse en arte (conformando un nuevo vos, pulído y pigmentado) y los amores en sonetos vacíos que tan bien se reflejan en la boca de ella. Sacudiendo el Olimpo con sus manos derrocha ambrosía sobre su espíritu antiguo, sobre su alma cansada, su rostro otoñal que tanto la caracteriza. Apolos y Artemisas sollozando en rincones, materializando cascadas segmentarias que se dividen de acuerdo a su estado de animo. Formando nubosas alejadas las cuales servirán de refugio en época de hambruna, busca impaciente la perfección cuando siempre la tuvo en sus manos. El calor de sus labios anestésicos le impiden decir lo que siente frente a la unión predicha aunque puede demostrarlo, sentirlo y admirarlo porque -por más extraño que parezca- ella es sus alas teñidas de un índigo profundo en un mundo de cristal que ahora lleva su rostro grabado en cada rincón, que ahora acompaña su figura, otorgándole un concierto infinito a su ancestral corazón. Él Suele preguntarle como se sientes mientras un presuntuoso brillo se vá creando en las pupilas de aquella que -aunque dilatadas- lo miran pidiéndole ayuda de una forma particular. Se siente libre de seguir sus rastros bohemios, de responder con acordes sencillos unas notas deliciosas que lo penetran subcutaneamente. Ella fiel misterio eclipsado, ella un todo teatralizado en él, ella regalando su sangre al universo, él besándola insaciablemente, ellos desvaneciéndose con cautela, transformándose en sonidos, recordando a un piano desvelado en una madrugada silenciosa.

3 comentarios:

Tallulah Burnside dijo...
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Tallulah Burnside dijo...

Gracias por ayudarme a ser. Te voy a estar agradecida siempre, al igual que siempre voy a amarte, no importa lo que pase. Nunca te olvides, sos mi cristal. Te amo.
Notitas.

Martín Meira dijo...

Agradezco haberte ayudado aunque sea un poco, Ya sabes lo que pienso de estas cosas: siempre se enseña y se aprende, nadie se conoce por casualidad, los dos nos llevamos lo mejor del otro. Te amo, Notitas de piano.
Cristal.