Sentado al borde de aquel balcón de tonos grises, miro al cielo jugando con los lejanos soles, inventando constelaciones nuevas, que pensaba conocer solo yo. Luces índigo ya esparcidas por el planeta se reflejan en los cristales con motivos artísticos y coloridos como marcos. El té se enfría a mi lado mientras divago minutos enteros dentro de mi cabeza. El aire fresco roza mi cabello que -aunque inmóvil- se alegra de sentirlo. Entonces me pregunto la razón del existir y la obligación de hacerlo, Me cuestiono las cárceles internas a las que nos aferramos con pasión por miedo al cambio y las cerraduras mentales oxidadas en una era de piscis - ciclotimica y mal herida - que prepara su equipaje dejando lugar a la lluvia.
El agua del universo que viste las bastas costas del cosmos deja caerse en la tierra. Miles de millones de almas que miran hacia arriba -pero solo por ellas mismas- se mojan unas a otras y así, la parte material se deja llevar por lo que nunca conoció, aquel pacto de silencio ya roto, abre la puerta de bienvenida.
Una iglesia deshabitada que no tiene más recursos de atracción, un gobierno mentiroso, una educación dictadora y una sociedad manipulada se limitan a hablar y se lanzan al mismo agujero negro que hoy llamado olvido. La música se oye cada vez más fuerte, todo se mueve más lentamente, la empatía puede olerse a kilómetros deshaciendo bloqueos y construyendo despertares, mientras una tenue luz solar hace fluir más rápidamente la sangre de nuestros corazones (heridos por la radiación de entes perversos) hasta ser libres. Y encontrando la llave de la conciencia -siempre guardada en su cerradura- descubrir el sentido de la venida y la ida, o lo que se puede llamar un todo, revelado frente a ojos lacrados que ahora se derriten por la luz, pero luego abrirán para siempre y por fin, dejarán de doler.